30 marzo, 2011

El este de Libia estrena pobreza

JUAN MIGUEL MUÑOZ (El País)
 
El fin de los subsidios del régimen y la huida de los trabajadores inmigrantes dejan a la región controlada por los rebeldes en una situación muy precaria
 
Libia vive para la guerra. Miles de hombres porque combaten contra los soldados de Muamar el Gadafi. Un par de millones de personas porque sufren, alegres, el desmantelamiento del régimen en Cirenaica. Expulsaron a gorrazos a los militares, funcionarios y esbirros afectos al dictador, pero padecen los efectos del desplazamiento masivo de civiles que huyen del frente de batalla y la fuga de millón y medio de inmigrantes, sobre todo egipcios, la mano de obra de un país con tasas de desempleo mareantes: más del 30%. Las escuelas cerraron a partir del 15 de febrero, fecha del estallido de la revuelta; las remesas de dinares procedentes de Trípoli son escuálidas; la extracción de petróleo ha caído el 75%. Todo son carencias y parálisis. Porque en Bengasi tampoco bulle el típico zoco árabe. El tirano lo destruyó en los años ochenta. Son novedad, eso sí, las colas. Para comprar pan, para repostar gasolina, para retirar dinero de los bancos...
 
El desheredado Ezedine tiene 37 años. Nunca ha trabajado, y no es un caso excepcional. Recibía su cheque de 400 dinares (250 euros) cada mes. Abdu se define como un privilegiado. "Mi salario es muy bueno", dice este ingeniero del sector petrolero. "Me pagaban también el colegio de los niños, las facturas del hospital, la vivienda...". Uno y otro estaban encadenados a este régimen que subsidiaba para lograr la sumisión. Gadafi proclama que todos le adoran. Lo logró durante cuatro décadas, 41 años en los que los libios tenían que elegir entre el silencio y la humillación -con o sin talón bancario- o la tortura y el exterminio. Pocos optaron por la segunda alternativa.
 
"El régimen colocó al pueblo en una situación de dependencia, muchísima gente cobra un sueldo del Gobierno. A partir del golpe de Estado de 1969, los hoteles de Bengasi se transformaron en edificios oficiales, se cercenó la iniciativa privada y la fuerza laboral empezó a ser empleada en el sector público", explica a primera hora de la mañana Fahim el Farjani, de 63 años, incrustado en una larga fila en una sucursal del banco Gumhouria. "Cuando cumples 65", añade, "recibes una pensión, pero desde que brotó el alzamiento han dejado de pagarlas. Llevo viniendo muchos días y no consigo cobrarla", apunta este excontable jubilado anticipadamente. Trípoli controla los billetes, y a Bengasi no llegan. No será la última espera de Farjani. "Soy el cabeza de familia y necesito tres o cuatro horas para conseguir pan", lamenta. Pura supervivencia.
 
El mercado de oro y joyas, emblema de Bengasi, no opera. Los comerciantes egipcios manejaban este negocio. No queda ni uno. Más de un millón de compatriotas han abandonado su país de acogida y miles aguardan en el puerto de Misrata, al oeste del país, la llegada de un barco para escapar del infierno. Otros llegan de vez en cuando desde El Cairo al corazón de Bengasi, en el este, haciendo sonar el claxon de los camiones que conducen repletos de alimentos. La mayor parte va a parar a almacenes, donde se reparte a la población. Porque la inmensa mayoría de las tiendas tienen echado el cierre. Puertas metálicas aún verdes, el color de la revolución del tirano. No son suficientes esos cargamentos. En los hospitales, afirman enfermeras y médicos, falta anestesia, antibióticos y leche para niños.
 
Es una experiencia nueva, como lo es el torrente de sensaciones desconocidas. No es novedad la experiencia bélica, puesto que no es difícil toparse con veteranos de la guerra de Chad. Pero sí la oleada de solidaridad. Miles de particulares ofrecen sus casas a los desplazados y a los extranjeros. "En las tiendas nos dan productos a crédito, quienes consiguen dinares en el banco reparten algo a sus allegados", dice Farjani, que recuerda los tiempos en que la gente iba a las mezquitas dejando los comercios abiertos. Desde hace 41 años comenzaron a poner rejas.
 
Es ese pasado el que Gadafi arruinó para construir una sociedad sin Parlamento, sin organizaciones cívicas, sin partidos políticos. Libia era él. Con una economía férreamente controlada, el país magrebí importa el 75% de sus alimentos; el petróleo aporta el 90% de los ingresos de un Estado cuyo producto interior bruto creció el 10% en 2010 y que goza de una renta per cápita que ronda los nada despreciables 13.800 dólares. Pero eso significa poco en Libia. La redistribución brilla por su ausencia. "Desgraciadamente, el precio del petróleo subió y Gadafi se hizo con muchísimo dinero para su proyecto", dice el ingeniero Abdu.
 
Su plan es, ahora, reprimir a los rebeldes. Sus tropas bombardearon ayer, otra vez, Misrata e hicieron retroceder a los insurrectos más de 200 kilómetros desde las cercanías de Sirte -ciudad natal de Gadafi- hasta más allá de Ras Lanuf, importante enclave por sus instalaciones petroleras. Es la primera retirada que llevan a cabo los sublevados desde que la aviación francesa comenzó a bombardear 10 días atrás.

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