18 junio, 2010

Teoría del antihéroe perfecto

—"No me gusta ser portero". Tim Howard, guardameta estadounidense, antes del partido de hoy contra Eslovenia

ARIEL B. COYA

Honestamente, difícil exponerlo, describirlo, explicarlo mejor, cuando no existe ninguna definición que sugiera en realidad el matiz trágico del personaje.

Foto: APNIGERIA AL BORDE DE LA ELIMINACIÓN, A PESAR DE OTRA FAENA ENCOMIABLE DE ENYEAMA.

Siempre héroe a medias, cuando no villano, la figura del portero tiende a encarnar en tipos espasmódicos y atormentados que, habida cuenta de su escasa habilidad para jugar el balón con los pies, son los únicos autorizados para tocarlo en su área con las manos. Tan solo eso bastaría ya para merecerle la compasión del público, pero antes más bien sucede todo lo contrario. Condenado como está a mirar el partido de lejos, la función del guardameta pasa por cumplir un auténtico despropósito en la cancha. La de ser aguafiestas de los partidos. Nunca estará allí para marcar goles, sino para evitar que se hagan.

Y eso, sin que se pondere del todo su actuación. Aunque un empate a cero pueda ser en ocasiones un tremendísimo encuentro, siempre es rancio el sabor que deja al final. De nada sirve entonces que ejecute un trabajo digno de Hércules dejando imbatida su valla o que vuele como Superman para realizar mil atajadas. Jamás cargará con el mérito de la victoria si su equipo gana y siempre será el culpable de la derrota si falla.

Por poner un ejemplo, el 7 de abril del 2000 fallecía en un hospital de Sao Paulo el brasileño Moacir Barbosa. ¿Que quién fue Moacir Barbosa? Pues el mejor portero del Mundial de 1950. Murió a los 79 años, pero en verdad hacía mucho tiempo que ya estaba muerto, sepultado en el olvido desde aquel lejano año en que él, famoso por evitar quién sabe cuántos goles, fue sorprendido por el disparo del uruguayo Ghiggia que alumbró la célebre leyenda del Maracanazo.

Pasaron los años y Barbosa, que jamás volvió a sonreír, nunca fue perdonado. En 1993, durante la concentración previa al mundial de Estados Unidos, quiso visitar a los jugadores de la selección auriverde para darles aliento, pero apenas puso un pie en el estadio un miembro del cuerpo técnico espetó: "llévense de aquí a este señor que trae mala suerte". Como él mismo comentara entonces: "En Brasil, la pena mayor por un delito es de treinta años de cárcel. Hace 43 años que yo pago por un crimen que no cometí".

Es cierto que ha habido casos más felices como el del ruso Lev Yashin, único portero de la historia en haber ganado el Balón de Oro, o el del italiano Buffon, quien con su asombroso rendimiento bajo los tres palos se ha mantenido en la elite durante la última década. Pero ni siquiera ellos han estado exentos del vicio que caracteriza a todo antihéroe, teniendo que recoger de vez en vez la pelota en su arco.

No en vano también en este Mundial se ha podido observar a los porteros en todas sus facetas, con algún error calamitoso como el del inglés Green, o una parada estratosférica como la del hondureño Noel Valladares ante un cabezazo sobre la línea de gol.

Ninguno de ellos, sin embargo, suscribe mejor el mérito y las vicisitudes del portero que el estadounidense Tim Howard y el nigeriano Vincet Enyeama. El primero, aunque no lo parezca, sufre un desorden neurológico (síndrome de Tourette), que lo hace tartamudear, tener tics exagerados y extraños movimientos faciales, motivo por el cual al fichar en 2003 por el Manchester United (ahora milita en el Everton) un tabloide inglés lo llamó "retardado".

El grandote Howard, sin embargo, no solo fue capital, junto a Oguchi Onyewu, en el empate del once norteamericano ante la selección inglesa (con el inefable error de bulto de su colega Green), sino que aun jugó el segundo periodo de ese partido con una costilla semirrota, tras recibir un entradón de Emile Heskey. Hasta ahí la parte heroica y feliz.

El lado gris del antihéroe, en cambio, lo plasmó ayer el nigeriano Enyeama. No solo fue otra vez el mejor jugador de su equipo, sino que ante Grecia ofreció otro recital de paradas marcianas. Su único error en el partido, no obstante, aportó el segundo gol de Grecia, lo cual deja casi eliminada a Nigeria. Suficiente para que muchos olviden ya todas sus hazañas. Justo lo típico del perfecto antihéroe, ¿no creen?

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