Ariel B. Coya
En cierta ocasión —a raíz de su convalecencia por un padecimiento cardíaco— afirmó Teófilo Stevenson que en la vida, como en el boxeo, los campeones no se retiran, que no se rinden, que nunca jamás abandonan una pelea. Así que desaparecido ayer, estará hoy seguramente en todas partes, en boca de todos, en los corazones y en la memoria.
Todavía muchos recuerdan la famosa revancha de Stevenson ante la "Esperanza Blanca".
Lo estará porque fue grande como pocos dentro del cuadrilátero, pero también porque fue muy bueno fuera de él, al punto de convertirse en una de las figuras más encumbradas del deporte, sin que el brillo de tanta gloria llegara a cegarlo. Siempre fue tan sensible como caballero.
Con apenas 17 años, se ganó la admiración de todos al lograr en 1969 la medalla de plata del Torneo Playa Girón, que lo llevó a entrenar con el ucraniano Andrei Chervonenko y Alcides Sagarra. Su éxito no resultó tan meteórico como cabría suponer.
Tras la derrota ante el estadounidense Duane Bobick en los Panamericanos de Cali'71, surgió el extraordinario púgil que conquistaría luego tres títulos olímpicos, tres mundiales e infinidad de trofeos entre los pesos pesados, con 302 victorias en 321 combates, a lo largo de una carrera deportiva que le valió ser incluido por el COI entre los diez mejores atletas del siglo XX.
En Múnich' 72, de hecho, ganó por KO todas sus peleas, antes de convertirse extraoficialmente en el primer púgil campeón de Cuba por la no presentación en la final del rumano Ion Alexe. Y tomó revancha por fin de la llamada "Esperanza Blanca" norteamericana, derribándolo hasta en tres ocasiones durante el tercer asalto, por lo que el federativo estadounidense Robert Surkein aseguró: "El Stevenson que vi ganarle a Bobick era entonces superior al Clay que ganó los 81 kilos en Roma'60 y al Frazier y al Foreman que ganaron en la división superior en Tokio'64 y en México'68".
Mientras, su rival en semifinales, el alemán Peter Hussing recordaría luego que nunca, en sus 212 combates como boxeador aficionado, recibió tanto castigo como frente al cubano: "Uno no tiene tiempo de ver su derecha. Y cuando la ve, es porque la tiene ya sobre el mentón".
Tal era la calidad de su estilo y la potencia demoledora de su pegada que Enmanuel Steward llegó a opinar sobre Teo: "Es el peleador más perfectamente balanceado que yo haya visto jamás".
Y eso que, según Sagarra, Stevenson a veces sobrellevaba demasiado a los contrarios.
Pero el caso es que no pasó mucho tiempo sin que sus virtudes atrajeran a diversos mercaderes que se frotaban las manos para el boxeo profesional previendo lo que llegó a promocionarse como la Pelea del Siglo, entre él y Muhammad Alí.
"Sería fenomenal como profesional", llegó a afirmar alguna vez un extasiado Don King. Mientras, Angelo Dundee, manager del legendario púgil afroamericano recordaba: "Todo el mundo quería a Teófilo. Yo nunca estuve tras de él, pues tenía al campeón. Tenía a Alí. Tenía al individuo que iba a vencerlo, ¿ves? Pero todo el mundo quería a Teófilo, y digo todo el mundo. Iban a darle un millón de dólares. Y un millón de dólares entonces era dinero".
A ese ofrecimiento, sin embargo, Stevenson respondió apelando a su cubanía con aquel famoso: "Prefiero el cariño de ocho millones de cubanos. Y no cambiaría mi pedazo de Cuba ni por todo el dinero que me puedan ofrecer".
De modo que el tan esperado combate nunca tuvo lugar, por diversas razones, aunque Teófilo con su habitual sencillez sentenció: "Alí ha dicho varias veces que la pelea habría sido un empate y yo también lo creo".
Retirado desde 1988, nunca se alejó de los cuadriláteros, como en aquellos tiempos en que sus encarnizados combates con el pinareño Ángel Milián desataban la ovación del público. Y hace una semana, durante la final del Córdova Cardín se le pudo ver sonriente, jaranero, fiel a su pasión boxística.
Hay hombres que no mueren nunca porque perviven para siempre en el imaginario colectivo de muchos otros, de todo un pueblo. Por sus hazañas, por sus incontables méritos, a esa estirpe pertenece Stevenson.
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