05 febrero, 2008

Los tambores lloran porque Tata murió

Actualizado 2:45 P.M. (hora local)

  La Habana, martes 5 de febrero de 2008. Año 12 / Número 36

Periódico Granma
Fallecido en la madrugada del lunes a los 77 años, víctima de una dolencia renal, el gran percusionista será sepultado este martes en Güines

PEDRO DE LA HOZ
pedro.hg@granma.cip.cu

Nadie como él con sus palmas callosas, las uñas afiladas, el ardor de la sangre del ritmo y un sexto sentido para jugar a plenitud con los tiempos de la música.

Cuenta también el personaje que se inventó a sí mismo: las frases ingeniosas, la inseparable boina bolchevique, las camisas africanas, el fifty fifty a manera de saludo, y la risa que desataba por encima de sus extraños ojos opacos, parecidos a los cauríes de un remoto elegguá.

Un personaje que por encima de los tópicos costumbristas se revelaba niño en la ternura y hombre en los principios: leal a los suyos, fiel a la Patria,"fidelista, compadre, de aquí a Hong Kong ida y vuelta y pa' lo que sea", como me dijo en una de las tantas noches compartidas por los caminos del mundo.

Federico Arístides Soto Alejo, Tata Güines, fue el rey de las tumbadoras. Nadie osó arrebatarle el cetro en la segunda mitad del siglo pasado, cuando después de Chano Pozo y antes de Miguel Angá, tejió su leyenda de las manos de oro.

"De niño me bastaba con el fondo de una lata de chorizos y otra de leche condensada para sacarle chispa a la rumba y al son, pero lo mío era el contrabajo", me confesó al evocar la infancia en Güines —localidad habanera en la que nació y de la que tomó su nombre artístico— cuando creció escuchando el tres de su padre Joseíto en el sexteto Partagás. Y fue precisamente un tío suyo, Dionisio, quien lo puso por primera vez en una tarima a tocar contrabajo con la orquesta local Ases del Ritmo.

"Ese instrumento era una salación —me dijo entonces—, andar colgado de una guagua con algo tan pesado me fue quitando la idea de ser contrabajista. Así que me decidí por las tumbadoras y por La Habana donde estaba el gran Arsenio Rodríguez, con quien duré unos meses."

Al filo de los años cincuenta alternó su recién estrenada vida profesional con las orquestas de Belisario López y los Jóvenes del Cayo, la Nueva América y el conjunto campesino de Guillermo Portabales, con las faenas de zapatero y voceador de periódicos y revistas. Hasta que en 1952 dio el primer gran salto con las Estrellas de Fajardo.

Precisamente la última vez que conversamos largamente —en una velada propiciada por el notable flautista Orlando Valle, Maraca, y su compañera Celine— lo hicimos con una grabación de Fajardo de fondo y la memoria de los días en el Waldorf Astoria y el Palladium, de Nueva York, de vérselas en la escena o el estudio de grabación con Maynard Ferguson y Miles Davis.

"El secreto de las tumbadoras no está en volverse loco con cuatro o cinco tambores. El que toca mucho no es el que toca más. Si no dominas la marcha, difícilmente seas un buen improvisador", reveló.

"Las cosas salen mejor cuando entiendes lo que tocan los demás. Así ocurrió en las descargas cubanas con Cachao y Chico O' Farrill, y después con Frank Emilio. Con solo mirarnos sabíamos por dónde iban los tiros, qué vuelta darle a cada tema."

Y henos aquí en el territorio del jazz, específicamente del jazz afrocubano, donde Tata estableció un estilo, que al decir del maestro Leonardo Acosta implicó una verdadera renovación del papel del instrumento en las formaciones del género.

Condecorado con la Orden Félix Varela y la Medalla Alejo Carpentier, y merecedor del Premio Nacional de la Música, impregnó con su perspectiva diversas experiencias: la banda sonora de Sergio Vitier para el encuentro danzario de Antonio Gades y Alicia Alonso, la fuente original para la creación electroacústica de Juan Blanco Circus tocatta; la contribución a los discos La rumba soy yo (producido por Cary Diez) y Lágrimas negras (con El Cigala); las incursiones en las bandas de Maraca y Cubanismo; los mano a mano con su carnal Changuito y el príncipe Angá; y el reinado discográfico de las Estrellas de Areíto.

"Quisiera que todo lo que hemos hecho no se pierda. Ahí están mis discos. Son como libros para todo el que los quiera leer", me dijo con los ojos clavados en el infinito. Quién sabe si estaba oteando la inmortalidad.

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