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ALAI, América Latina en Movimiento 2007-04-02 |
Antonio Peredo Leigue
El desborde de los ríos ha provocado desastres en varios países de América, en Europa y otros continentes. El calentamiento global causa dramáticos cambios climáticos en todo el mundo. En Bolivia, las llanuras, sufren inundaciones de la mayor magnitud en los últimos cuarenta años. Los efectos de la corriente de El Niño, agravados por ese calentamiento, han arrasado zonas extensas, con pérdidas aún no calculadas en propiedades, ganado y sembradíos y dejado sin techo a miles de familias.
Un plan de emergencia está paliando la situación crítica que se vive en el Beni, norte de Santa Cruz y parte de Pando. A esto se añade la sequía que registra gran parte del altiplano. Más de la mitad del territorio nacional sufre las consecuencias de esta tragedia. Tendrá que movilizarse un monto importante de fondos y diseñarse un programa de reconstrucción que deberá extenderse por dos o tres años.
Un castigo anual
Aunque la proporción de las inundaciones es mucho menor, anualmente los ríos de la llanura inundan extensas zonas durante los primeros meses del año. Anualmente mueren cientos y miles de vacunos durante el "tiempo de aguas" y cuando éstas se retiran dejando pastos putrefactos. Anualmente, las familias de campesinos pobres y los vecinos de los barrios periféricos, abandonan sus hogares para vivir en carpas y refugios improvisados, hasta que las aguas vuelven a su cauce. Anualmente, la ayuda se limita a proporcionarles alimento y abrigo de emergencia, aliviar en algo las pérdidas que sufren y compensar a los empresarios que pierden cultivos y ganado.
Por la misma época, algunas zonas de los valles y la puna son víctimas del granizo o la sequía y, en algunos casos, de ambos fenómenos alternados. De igual modo, aunque en menor medida, se acude a socorrerlos en la circunstancia, aunque luego se los deja librados a su suerte, hasta la próxima tragedia.
La memoria histórica de esos pueblos tiene, tales fenómenos, como hitos históricos: "antes de la inundación de tal año" o "en la sequía del año tantos", son referencias comunes en los calendarios pueblerinos. La inundación, el granizo, la sequía, se tienen como fenómenos naturales ante los cuales no puede hacerse nada.
La imprevisión como norma
Hace cinco o seis años, la ciudad de La Paz sufrió una intensa granizada que se llevó varias vidas humanas. Un alud de hielo consistente se metió en varios locales, atrapando a la gente que se hallaba en su interior. Fueron necesarias dos semanas para encontrar los cuerpos congelados de las víctimas. La alcaldía de la ciudad tomó conciencia de la imprevisión que había causado tal tragedia y dispuso mecanismos de prevención ante futuros desastres. Sin embargo, los habitantes de La Paz aún se sienten aterrados, cuando la lluvia es muy intensa o se escucha el tamborileo persistente del granizo.
A nivel nacional, el Viceministerio de Defensa Civil atiende este tipo de emergencias. Pero está precariamente preparado para atender a los damnificados, cuando llega el fenómeno que es anual. Es decir, no hay planes de prevención. Y no los hay, simplemente porque, el presupuesto de la nación siempre en déficit, no destina ningún monto a construir defensivos, proteger zonas anegadizas, disponer refugios adecuados y mantener limpios los cauces fluviales, entre muchas otras medidas de prevención.
Una política de seguridad
En los últimos diez años se habla mucho de seguridad ciudadana. La inseguridad se acentúa por falta de vigilancia y control en los barrios. Robos y atracos, violencia callejera y violaciones se han hecho noticia cotidiana. Se ha discutido y aprobado leyes con castigos mayores, refuerzo policial y mayor iluminación pública, con escasos resultados. Las iniciativas siguen apareciendo, pero el problema tiene una progresión ascendente. Es resultado del hacinamiento en las ciudades y las malas condiciones económicas.
Pero, en el tema climatológico, ni siquiera se habla de seguridad. Hay una suerte de resignación, como si se tratase de un castigo recurrente que debemos purgar de forma continua. Una suerte de revancha que se toma la naturaleza contra nuestras agresiones. Y si es cierto esto último, no quiere decir que debamos resignarnos a sufrirla.
La gravedad de las inundaciones en los llanos y la sequía en el altiplano, es un toque de alarma que no podemos desoír. No es suficiente que ayudemos a recuperar lo perdido y esperemos que, el año próximo, el clima sea más benigno. Debemos comenzar a prepararnos, hoy día, para enfrentar este tipo de desastres y aún mayores.
Desafío para el cambio
El programa de cambio que se ha emprendido en Bolivia, está ante un gran desafío: planificar la prevención contra los desastres naturales. Las perspectivas de desarrollo nacional nunca serán ciertas, si seguimos siendo víctimas pasivas de este fenómeno recurrente. Hay que tomar urgentes medidas para reducir, y luego anular, sus efectos. No es imposible y mucho menos irrealizable.
El drenaje de los principales ríos de los llanos y la arborización de sus riberas, es un programa a mediano plazo que tendrá resultados duraderos. Al mismo tiempo, habrá que construir refugios adecuados para albergar a las familias y evitar pérdidas de ganado vacuno. Sistemas de desagüe provisorios pueden proyectarse para acelerar el retiro de las aguas. Planes diversos deben ser organizados para que, a partir del siguiente año, tengamos mejores capacidades de atención.
Debemos hacer que, la tragedia que asoló nuestro país este año, sea el punto de partida para iniciar el desarrollo que sustente el cambio que requiere Bolivia.
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