Soy de los que han defendido públicamente la regla de consistencia fiscal y la conservación del buen nombre macroeconómico y financiero de Chile, pero si se me dijera que apostaremos con todo a la reforma educacional, estaría tranquilo porque sentiría que el país toma un rumbo, hace una apuesta, poniéndole el pecho a los riesgos.Por Oscar Landerretche y Mario WaissbluthPor Felipe Lamarca y Felipe Larraín | |
El mensaje presidencial del 21 de mayo es un pivote de la institucionalidad republicana. Eso todos lo sabemos, no hay que repetirlo. En un seminario hace algunas semanas Gonzalo Martner mencionaba que históricamente el 21 de mayo ha tenido un rol en los cambios de ritmo anímico del país. A su juicio, los años siempre empiezan con una cierta mala onda asociada a la vuelta de vacaciones, un malestar asociado al inicio de las tareas del año, si se quiere. Pero como que después del 21 de mayo la política entra en velocidad crucero, de ahí hasta las fiestas patrias. Sin embargo, en esta ocasión, ha adquirido una importancia aún mayor, ya que a la presidenta se le presenta como una oportunidad única de intentar ser escuchada en extenso, de dar sus razones y razonar sus opciones. Es una oportunidad de cuadrar a la coalición, de cohesionar voluntades, de establecer prioridades; en fin, de ordenarse. Dado el momento complejo que vive la administración Bachelet, que aún quedan tres años de gobierno, que este discurso es el primero en que se da una cuenta pública (¡y de qué año se da cuenta!), difícilmente puede haber un momento de mayor importancia para la presidenta. Le deseamos la mayor de las suertes. Se ha especulado en la prensa que el mensaje contendría cambios fundamentales en las prioridades fiscales e incluso ya se insinúa que, a propósito de los anuncios de la mandataria, se empezaría la gradual transición desde la regla de superávit estructural del 1% a una regla de balance estructural. Existe alguna inquietud respecto de cuán fuerte va a ser este giro expansivo en el gasto y cuán desordenado puede terminar siéndolo. Algunos temen que este 21 de mayo se convierta en una especie de "soltada de trenzas fiscal". Lo que más se teme es que se dé una señal de que se ha cedido frente a todos los lobbies, complaciendo todos los apetitos, rascando todas las comezones, finalmente generando una señal más de falta de liderazgo y de capacidad de priorizar. Eso es lo que preocupa, que la ansiedad política predomine sobre el sentido de largo plazo, sobre las prioridades programáticas, o si se quiere, sobre el sentido de destino de esta administración. Tal como se ha dado el debate público en los últimos días, nos imaginamos a la presidenta encerrada en sus habitaciones de La Moneda; solitaria, silenciosa y reflexiva; con la mirada perdida en los oscuros socavones de los ojos de una calavera, susurrándole en las sienes: "¿Gastar o no gastar?? ésa es la pregunta." Ojalá que esa calavera antigua le hablase en el silencio y penumbra del estudio privado presidencial. Ojalá que esa calavera le respondiese: "Gastar sin transar, compañera. Gastar sin transar". Ojalá que la presidenta la escuchara y se fuera entonces a corregir el borrador final. Porque si eso ocurriera, estoy seguro de que lo que escucharíamos el 21 de mayo sería un mensaje claro, con prioridades, con liderazgo, con destino. En que no se transa con todos los lobbies que han ido a golpear la puerta, en que no se transa con todas las presiones que han sonado en el Bluetooth, en que no se transa con todos los chantajes que se han construido en los medios. No. Estoy seguro de que, en ese caso, si es que oyera a la calavera, escucharíamos un 21 de mayo ordenado, firme, visionario, en el que la presidenta dice: "Hay muchas necesidades, pero el destino de Chile requiere de prioridades, y mis prioridades son éstas...". Ojalá fuera así. Soy de los que han defendido en los medios la regla de consistencia fiscal, la responsabilidad con los fondos extraordinarios acumulados en el tesoro público, la conservación del buen nombre macroeconómico y financiero de la hacienda pública chilena. Soy de los que cree que hay que tener ojo con el tipo de cambio, lo que da otra razón más para ser cuidadoso. Sin embargo, confieso que si es que se me dijera: "vamos a apostar con todo a la reforma educacional", "vamos a poner arriba de la mesa la plata, los incentivos a los profesores y a los sostenedores, los vouchers, la superintendencia, la subvención diferenciada, la mejoría de las escuelas de pedagogía"; si se me dijera eso y que esos fondos guardados en el exterior se van a comprometer a esa causa, de modo que se usarán durante los próximos años, paulatinamente, pero con el compromiso de correr el riesgo, de apostar a que somos capaces de hacer un salto institucional increíble en el área más deficitaria que tenemos. Si se me dijera eso, yo me sentiría tranquilo con las consecuencias: el efecto sobre el tipo de cambio, el desarreglo fiscal, un poco de inflación, lo que venga. Estaría tranquilo porque sentiría que el país toma un rumbo, hace una apuesta, poniéndole el pecho a los riesgos, sacando la cola de entre las piernas. Priorizando el esfuerzo. Concentrando la fuerza. Asumiendo los desafíos de diseño, de negociación, de desorden que sean necesarios. Gastando si es que es necesario. Pero gastando sin transar. |
21 mayo, 2007
Gastar sin transar
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