03 octubre, 2006

EL EXILIO COMO PEDESTAL

 

Alejandro Armengol

HAY EN MIAMI un grupo de individuos empeñados en mostrar, a los cubanos y al mundo, un exilio envenenado en el revanchismo, la estupidez y la intransigencia. Al frente de organizaciones con nombres pomposos —como Unidad Cubana y Foro Patriótico Cubano— se autoproclaman los líderes de una oposición “total y vertical” al régimen de La Habana.

No sólo resultan inofensivos al gobierno que pretenden combatir, sino que sirven de alimento fácil y diario para las críticas a la comunidad cubana por parte de La Habana. Su ineptitud para influir en algún tipo de cambio en la Isla es superada con creces por el daño que le hacen a la imagen del exilio.

Personas que no admiten una opinión en contra —basta escucharlos en la radio de Miami—, pretenden impulsar la creación de una sociedad democrática en Cuba.

Más allá del saludable fin terapéutico y de entretenimiento que proporcionan a sus seguidores y oyentes —quienes sin gastar un centavo encuentran un foro en que expresar desde las frustraciones y las viejas rencillas a los justos deseos de regresar a la patria, acumulados durante décadas— poco logran, salvo alimentar sueños.

En este sentido cumplen la función social —y hasta humanitaria— de brindar satisfacción y consuelo a una parte del exilio que se aferra al pasado. Pero sus intenciones van más allá de la tertulia, la reunión en el café y la conversación de esquina. Los principales dirigentes de estas organizaciones aspiran, de una manera o de otra, a influir en el futuro de Cuba.

Este último objetivo no lo han logrado nunca y ahora cuentan con menos esperanzas que antes para alcanzarlo. Sin embargo, su influencia negativa se ha hecho sentir en la política local y en la aprobación de medidas —especialmente desde la llegada del presidente George W. Bush al poder— que en nada han contribuido al avance de las condiciones para un cambio en la Isla.

Con una obstinación invulnerable al paso del tiempo, quienes pretenden representar al exilio apelando a fórmulas gastadas y alimentando rencores no se cansan de repetir que ha llegado el momento de la unidad y que está cerca el día en que ellos puedan regresar a Cuba para jugar un papel fundamental en los destinos de la nación. Día a día ajustan su discurso para obviar las señales en contra, pasar por alto los llamados a la discreción de sus propios aliados en Washington y olvidar hoy lo que ayer indicaron era una prueba irrebatible de la certeza de sus opiniones.

Nada detiene a estos “líderes del exilio”: ni las declaraciones de la Casa Blanca de que son los residentes de la Isla quienes deben decidir sobre su futuro, ni la situación internacional favorable al régimen y mucho menos la pasividad actual existente en Cuba.

Proclaman que su victoria está cerca sin detenerse en las noticias, aferrados a un plan inútil y una visión cada vez más alejada de la realidad cubana.
Esclavos de lo que vienen repitiendo año tras año, no tratan de ajustar su estrategia a las condiciones actuales, desprecian cualquier táctica que se aparte de su discurso aburrido y rechazan los puntos de vista ajenos con el fervor de los iluminados.

Sin embargo, tanta supuesta pasión por la “causa cubana” no les impide mantener su estilo de vida acomodada, alejada de los sacrificios a que se ve sometido un exiliado cualquiera, en los más diversos lugares del mundo, que sólo piensa en su país. La referencia constante a José Martí no ha significado nunca —para estos señores de la guerra contra Castro— el imitar su ejemplo.

El exilio como un pedestal desde donde alcanzar los mayores beneficios personales.

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