01 octubre, 2006

Kissinger pudo haber evitado el asesinato de Letelier

 

GABRIEL MOLINA

Funcionarios del Gobierno de Estados Unidos tuvieron en sus manos evitar el asesinato de Orlando Letelier, pero inexplicablemente no lo hicieron, según documentos desclasificados el miércoles 20 de septiembre por el Archivo Nacional de Seguridad.

Orlando Letelier había ocupado varios puestos en el Gobierno de Salvador Allende y era el superior de Augusto Pinochet en el momento del golpe fascista de septiembre del 73. En Washington, sobresalía como la figura más prominente de la oposición a la dictadura, cuando Pinochet orientó su asesinato.

En vísperas del aniversario 30 del atentado terrorista en Washington, donde perdieron la vida el ex Canciller chileno y su secretaria norteamericana, se conoció que Henry Kissinger, secretario de Estado del Gobierno, había encargado a los embajadores en los países partícipes del Plan Cóndor que demandasen de esos gobernantes el cese de los asesinatos políticos.

Pero la orden fue dejada sin efecto el 20 de septiembre, justo el día antes de que gánsteres cubanos y norteamericanos como Michael Townsend, Orlando Bosch, Guillermo Novo Sampoll, y otros, hicieran explotar la bomba del auto en que circulaban Letelier y Ronni Moffitt por Sheridan Circle, en pleno centro de la capital federal del poderoso país. El criminal atentado fue orientado por el general Pinochet.

El archivo desclasificó un memorándum a Kissinger en que se reportaba un acercamiento de la CIA, durante los primeros días de octubre del 76, al jefe de la policía secreta chilena, general Manuel Contreras, sobre los complots asesinos de la Operación Cóndor. El memo secreto, escrito por Harry Schlaudeman, segundo de Kissinger, hacía notar que Contreras negó otro propósito a la Operación Cóndor que el de intercambiar información de Inteligencia. Pero a pesar del enorme impacto que el atentado terrorista produjo en el mundo, ya que no habían respetado ni siquiera ese sagrado santuario, no se hacía la más mínima mención de discusión con Contreras, que era considerado el más probable perpetrador, tanto, que un jurado de Estados Unidos lo acusó en 1978 de dirigir el alevoso ataque. Posteriormente, Contreras admitió su culpabilidad y la de los ejecutores cubanos y norteamericanos.

Sin embargo, unos días antes del atentado, el 23 de agosto de ese año, la Oficina de Kissinger envió un cuidadosamente abordado mensaje a los embajadores de EE.UU. en Chile, Argentina, Bolivia, Uruguay y Paraguay para que se dirigiesen a esos gobiernos en demanda de detener las misiones asesinas de la Operación Cóndor.

Así quedó el auto del ex canciller chileno, en pleno Washington, luego de que estallara la bomba colocada por terroristas cubanos y norteamericanos.

Pero al día siguiente el embajador en Chile, David Popper, eludió la gestión ante Pinochet, porque este "podría tomar como un insulto cualquier inferencia de que estuviese conectado con esos complots de asesinatos". En su lugar, Popper pedía permiso para enviar al jefe de la estación CIA a hablar con Contreras.

El embajador en Uruguay, Ernest Siracusa, también temía por su seguridad personal, de "convertirse en diana de la Operación Cóndor si cumplía la diplomática misión".

No se reportó que nadie haya intentado sacarlo de esa duda. Por el contrario, por razones aún clasificadas, no se autorizó esa gestión hasta el 4 de octubre, dos semanas después de la explosión del auto en Washington, de cuyo "éxito" se ufanaría Orlando Bosch para crear confianza en la operación de derribar días después el avión de Cubana.

Por el contrario, el día antes del atentado terrorista, el 20 de septiembre del 76, el propio Schlaudeman ordenó a los embajadores del Cono Sur, que no desarrollasen ninguna otra acción para presionar a los gobiernos. No se necesita mucha suspicacia para sospechar que hubo algo sucio, tanto que algunos documentos desclasificados en tiempos de Clinton fueron desestimados en la primavera del 2000 por W. Bush como evidencia para una investigación del Departamento de Justicia sobre la responsabilidad del retirado tirano.

Peter Komblush, quien dirige los Archivos de Documentación sobre el Proyecto Chile, al dar a conocer los papeles secretos, dijo que aún hay muchos que no han sido liberados, como el memo de la CIA sobre la conversación con Contreras.

Ronnie Moffit, la secretaria estadounidense de Letelier, murió luego de que un pedazo de metal arrancado del auto por la explosión le cortara la yugular. Apenas había cumplido los 25 años.

El conocido funcionario del Archivo Nacional de Seguridad instó al Gobierno de Bush a desclasificar todos los documentos, pues "después de seis años es hora de cesar ese ocultamiento, ya que si bien no van a servir para una acusación legal, los documentos pueden proveer una acusación de la historia".

Francisco Letelier, hijo del ex Canciller asesinado, se trasladó a Washington desde Los Ángeles, donde reside trabajando como artista, para participar en una protesta pública en ocasión del aniversario 30 de aquel atentado terrorista, en contraste con las largas condenas a los Cinco cubanos de Miami que fueron encarcelados allí por combatir a los mismos terroristas que mataron a su padre. El artista chileno denunció en la ciudad donde se cometió el horrendo delito que Guillermo Novo fue liberado por un tecnicismo jurídico, después de hallársele culpable. Añadió que Luis Posada Carriles, también participante en el hecho, no ha sido procesado aunque se halla guardando prisión provisional por haber entrado ilegalmente al país.

Letelier clamó por que Posada sea catalogado en Estados Unidos como terrorista y, por tanto, sea intensamente investigado.


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