En un país tan dado a las formas como Chile, en que hasta los pecados y las faltas se viven en un segundo plano como si no existieran, es preciso reconocer un mérito poco señalado de las dos últimas administraciones, aunque no siempre se trata de una iniciativa exitosa, al menos revela un grado de astucia que hay que reconocer.
Se trata del afán de crear realidades a punta de declaraciones, discursos, gestos y silencios. Puro simbolismo, que evidencia la existencia de expertos en semiología entre los asesores de Palacio. No se busca cambiar la realidad, sino convencer al público que la realidad ha cambiado, a pesar de que el sentido común, la experiencia de cada uno, las opiniones que se comparten en la calle no lo acepten, la tesis del cambio se impone, abusando de la reiteración de la propaganda y de la ignorancia de la ciudadanía.
Cuando el ex-presidente Lagos logró sacar la institución de los senadores designados y vitalicios, junto a algunas otras reformas, hizo una gran ceremonia para retirar la firma de Pinochet de la Constitución y poner la suya. Nadie se dio la molestia de revisar cuánto había cambiado realmente la Constitución, cuántas de las normas consideradas como autoritarias habían sido de verdad eliminadas porque lo que importaba era retirar en la última página la firma del verdadero creador de la Constitución y poner la del adalid de la democracia.
Ahora se está produciendo un intento similar, pero mal desarrollado. El Gobierno ha presentado un proyecto para modificar el sistema electoral, pero en realidad no se toca el sistema binominal porque lo único que se propone es aumentar algunos cupos en la Cámara de Diputados para los partidos o pactos que superen el 5 por ciento de la elección.
Se mantiene además un modelo que incentiva la existencia de dos grandes bloques que opacan cualquier otro grupo que pudiera surgir porque seguirá pesando lo mismo desde un punto de vista electoral el candidato que saca el 66 por ciento y el que saca el 33 por ciento y para que una lista se lleve los dos cupos de un distrito de diputado o una circunscripción de senador tendrá que sacar al menos el 66,7 versus el 33,3 porque con el 66,6 por ciento no alcanza a doblar. De fin de la exclusión, nada; como tampoco de una mejor representación de la voluntad ciudadana.
El error consiste en seguir el libreto para sostener que esta modificación es "lo mejor para la democracia", tratando de presentar como una gran reforma algo que no lo es, pero a continuación reconocer que se hubiera propuesto un cambio más profundo. El semiólogo de Palacio debe estar lamentando no haberse coordinado mejor con el o la encargada de las declaraciones presidenciales.
ANDRÉS ROJO T.
Periodista
9-9798239
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