Boletín NC&T Vol. 1, No. 608 7 de Mayo de 2008.
Wesley Autrey, un trabajador de color del sector de la construcción, con 55 años de edad, veterano de la Marina y padre de dos hijos, no conocía al joven que estaba de pie a su lado. Pero cuando este joven tuvo un ataque epiléptico en el andén del metro y cayó hacia las vías, Autrey saltó detrás de él y le protegió con su propio cuerpo de un tren que se abalanzó sobre ellos. Autrey pudo haber muerto, ¿por qué arriesgó su vida de manera tan temeraria para salvar a este joven, un completo desconocido para él?
Donald Pfaff, el autor del nuevo libro "The Neuroscience of Fair Play: Why We (Usually) Follow the Golden Rule" (La neurociencia del juego limpio: Por qué (generalmente) seguimos la Regla de Oro), cree que tiene la respuesta. Nuestro cerebro, según él, está preparado para que hagamos a otras personas aquello que querríamos que nos hicieran a nosotros (la "regla de oro"). Los actos individuales de agresión y maldad se producen cuando este circuito se colapsa.
Dado que muchas religiones tienen este principio ético, en todos los continentes y en todas las épocas, entonces es más probable que dicho principio tenga una base neurológica común y no que sea meramente una costumbre entre vecinos, según Pfaff, cuyo laboratorio en la Universidad Rockefeller estudia varias hormonas y señales cerebrales que influyen sobre el comportamiento social positivo.
En este libro, Pfaff propone una teoría que explica cómo las personas se las arreglan para comportarse bien cuando lo hacen, y bajo qué condiciones se desvían de este buen comportamiento. Describe cómo los recuerdos del miedo, así como varias hormonas cerebrales, pueden desempeñar un papel vital en la decisión que lleva a las personas a escoger actuar con sus semejantes de forma ética o a optar por hacerlo de forma violenta. Pfaff describe la conducta de la persona como un equilibrio entre rasgos prosociales y rasgos antisociales, un equilibrio modelado por las experiencias anteriores en la vida.
"Hay personas que son prosociales; afrontan el mundo con una sonrisa y son uniformemente amables con los demás", explica Pfaff. "Otras se enfrentan al mundo con un gruñido y son rutinariamente agresivas y desconsideradas. La mayoría de nosotros estamos en equilibrio; casi todo el tiempo somos capaces de tratar con los demás de manera civilizada y considerada. Pero nadie es perfecto; incluso las personas del grupo prosocial han hecho trampas en sus impuestos".
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