17 noviembre, 2007

El hombre blanco es sospechoso: Nuevos escándalos han desatado recelo en África - Gobiernos y ciudadanos temen un nuevo colonialismo de la mano de ONG

REPORTAJE

MIGUEL MORA / ÁLVARO DE CÓZAR 17/11/2007

Estafas, tramas empresariales, falsos apadrinamientos, cuentas en paraísos fiscales, abuso sexual, maltrato infantil, robo de niños... Y siempre la misma tapadera: la solidaridad. Este listado de delitos ha estado ligado en el último año a algunas organizaciones no gubernamentales: Anesvad, Intervida, Arca de Zoé y Global Infantil.

Grupos de personas a los que su supuesto altruismo les otorgaba el carácter de intocables han acabado en la cárcel y otros esperan juicio tras largas investigaciones. Los últimos casos han puesto en entredicho la imagen del resto de las ONG, no sólo en los países donde se recauda el dinero. Los destinatarios de las ayudas ponen en duda lo que para algunos no es más que una nueva forma de colonización que, bajo una actitud paternalista, impone los mismos modelos occidentales de siempre.

Las ONG lo saben y la mayoría opta por seguir modelos de conducta contrarios a esa arrogancia. La primera regla es que los trabajadores y voluntarios de la organización sean locales. "El 90% de los que trabajan en el sur son de allí. El número de expatriados es mínimo", señala Fran Equiza, director de cooperación internacional de Intermon. Equiza explica que, aunque casos como el de Chad han ocasionado alguna furgoneta apedreada que otra, la situación no es alarmante.

Pero este suceso ha cambiado la manera de percibir la solidaridad en este país, al menos en las últimas semanas. El intento de la organización Arca de Zoé -rebautizada como Children Rescue- de trasladar hasta Francia a 103 niños desde la zona fronteriza con Sudán ha hecho que el Gobierno y muchos ciudadanos se hayan vuelto suspicaces.

Las manifestaciones de estudiantes en Yamena, con ataques y pedradas a expatriados, sugieren que el coste en términos de credibilidad es grande, y difícil de recuperar. Las ONG y las agencias de la ONU que operan en las zonas más críticas de Chad tratan de restaurar la normalidad. Pero se han visto obligadas a esperar, a hacer autocrítica y a dar explicaciones. "A partir de ahora seremos más cuidadosos al ayudar a las ONG que no conozcamos", dice Mariam Ndiaye, coordinadora de UNICEF en Chad. "Se acabó la buena fe", resume Annette Rehrl, portavoz de ACNUR en Abeché.

El caso supondrá, en distintos campos, un antes y un después. El gobierno de Jartum, que aprovecha cualquier contingencia para desviar la atención del escándalo de Darfur, ha condenado la actuación "cómplice" de la ONU. Yamena ha paralizado durante semanas los viajes de cooperantes desde allí a Abeché. "Son colaboradores que trabajan aquí desde hace años", dice la portavoz de ACNUR, que ayuda a los refugiados del Este del país desde 2003. "Han estado bloqueados 12 o 14 días y sólo dan permisos para cuatro semanas. Es una consecuencia directa del caso; nunca se había visto".

El humanitarismo iluminado de Eric Breteau y sus colegas, detenidos cuando se disponían a sacar a los menores, que en su gran mayoría ni eran huérfanos ni estaban enfermos ni eran de Darfur -región cuya legislación prohíbe la adopción- ha puesto sobre la mesa una realidad nueva: también hay ONG piratas, que no respetan ni la legalidad ni los preceptos clásicos de la protección de niños.

Los medios chadianos han hablado de los "modernos negreros": traficantes de niños, vendedores de órganos, red de pedofilia, colonialismo humanitario, niños musulmanes en manos de familias cristianas... Los epítetos más audaces han agitado la xenofobia en una zona crítica: en los campos de Chad hay 240.000 refugiados sudaneses y 180.000 desplazados chadianos; en el lado de Darfur malviven dos millones de desplazados sudaneses y 60.000 refugiados de Chad. Es el peor escenario del siglo XXI, y todos dependen absolutamente de la solidaridad exterior.

El peligro, dice Mariam Ndiaye, coordinadora de UNICEF en Chad, es que el miedo a que un caso similar se repita pueda ralentizar el trabajo en una zona donde la clave es la rapidez de reacción. "No creo que todo esto dañe nuestra imagen aquí, porque llevamos mucho tiempo y nos conocen, pero muchas ONG se verán afectadas. Cambiará la forma en que nos movemos con la gente y la manera en que vemos a nuestros socios", reflexiona Ndiaye.

Los recelos al hombre blanco que todo lo resuelve no son nuevos y forman parte de la historia de África, Asia y América Latina. Desde el espíritu evangelizador de los primeros misioneros a la indulgencia impostada de algunas ONG, la ayuda a los países del tercer mundo ha estado basada en el precepto de ustedes tienen un problema.

"Hay que cambiar el chip. Hay que salir de ese etnocentrismo. El blanquito va siempre a ayudar, a decir lo que se debe hacer. Antes, los misioneros tenían que convencerles de que estaban en pecado y ahora, en ocasiones, se les trata de convencer de que necesitan lo mismo que nosotros", explica José Carlos García Fajardo, fundador de la ONG Solidarios. "Hay muchos aventureros con problemas psicológicos que se establecen en estos países y confunden la realidad con sus deseos. De ahí vienen algunos de los problemas", añade.

Hay otros mensajes aún más dañinos, según destacan los miembros de algunas ONG. La imagen del cooperante expatriado que se mueve en un todoterreno conducido por un chófer y come en los mejores restaurantes de la ciudad sin mezclarse jamás con el indígena es para algunos un ejemplo de los malos hábitos que a veces se gastan quienes viajan a países en vías de desarrollo a ayudar.

"Es una asignatura pendiente", señala Fajardo, "nos hace falta descalzarnos, entender su forma de concebir el tiempo y sobre todo preguntar qué es lo que ellos necesitan, cómo podemos ser útiles. Las ONG se han convertido en un nicho de empleo para muchos y se ha olvidado el impulso altruista que inspiró a muchas organziaciones".

Blanca Díez, de Mensajeros de la Paz, considera que ese espíritu no se ha perdido del todo. "Es verdad que casi todos vamos al principio con la idea de arreglar el mundo. Pero hasta que no llevas unos meses allí no puedes hacer practicamente nada. Ese tiempo es vital para conocer otra realidad, otra cultura, integrarte en el país y ser realmente útil. Lo importante es trabajar con ellos y no para ellos".

Las experiencias de Blanca como cooperante en Benín hablan de alguna manera de ese tipo de cooperante que nunca deja de arrastrar su país de origen. "He visto a gente que hace una vida aparte de la sociedad de allí. Pertenecen a grandes organzaciones, mandan a sus hijos al colegio francés o al colegio inglés, jamás han asistido a la fiesta de un africano".

Las noticias de los últimos escándalos dañan a un sector en el que trabajan miles de profesionales, más de 1.400 colaborando en países en vías de desarrollo, según los últimos datos del Gobierno. Los próximos dos meses resolverán la pregunta de si los casos de Anesvad, Intervida, Global Infantil y Arca de Zoé, han afectado realmente al resto de ONG. "Una buena parte de los recursos de las ONG, los que vienen directamente de los ciudadanos, salen de estos dos meses cercanos a las fiestas de navidad", comenta José María Medina, de la Coordinadora de ONG, que agrupa a unas 420 organizaciones. Según Medina, el papel de las ONG en la resolución de problemas es esencial hoy en día, aunque está de acuerdo con sus colegas en que, a veces, los modos no son los más adecuados. "Ya no es sólo cuestión de que algunos hayan actuado ilegalmente, es que yo creo que muchos piensan que el trabajo en estos países se gestiona sólo con buena voluntad. Y no basta con eso. Es necesario contar con buenos profesionales, sean voluntarios o no. Y no basta con cumplir la legalidad. Debemos ser ejemplares", asegura Medina.

Los controles sobre la actividad de las ONG son puestos en entredicho cada vez que surge un nuevo escándalo. Los casos de Anesvad e Intervida, ambos investigados por apropiación y desvío de millones de euros, mostraron que hay dos grupos de organizaciones. Las primeras son grandes organizaciones que han hecho de la transparencia una etiqueta pegada a su marca. Se someten a auditorías que hacen públicas, son miembros de la Coordinadora de ONG y se rigen por un código de conducta común a todas.

"Hace diez años configuramos ese código que contiene principios éticos consensuados y asumidos de forma colectiva por las ONG, requisitos ligados a la propia autonomía institucional y a una actuación siempre de acuerdo con la ley", señala José María Medina.

Ese código pasa por trabajar con las organizaciones locales y los grupos que se van a beneficiar de la ayuda. Para ello, según los principios de la Coordinadora, hay que promover los partenariados, es decir, la asociación con otros grupos locales para no promover el paternalismo o la imposición de criterios desde el Norte. "Las actuaciones han de ir encaminadas a fomentar la construcción de tejido social local y en ningún caso provocarán un deterioro del mismo, por lo que siempre deben vigilar que no se produzcan efectos secundarios en este sentido", asegura un informe de la Coordinadora.

Otro grupo de ONG, entre las que estaban Anesvad e Intervida, decidió salirse de la Coordinadora cuando se firmó ese código de conducta. Un tercer grupo sigue fuera de la Coordinadora porque su tamaño como organización es demasiado pequeño. "Para estar en la Coordinadora hay que pagar una cuota y no siempre pueden costear esos gastos. No todas las que están fuera de esta red son sospechosas de malas prácticas", recalca Medina.

Pese a todo, la imagen de las ONG en España sigue siendo buena. Las recientes encuestas y estudios (el Informe del CIS y de la Fundación Carolina) confirman que la ciudadanía española valora a las ONG como una de las instituciones más reconocidas y confiables.

La exigencia de los controles es directamente proporcional al número de casos de corrupción investigados. Los recelos aumentan en ocasiones por la aparente normalidad que demostraban quienes luego han estado en la picota por sus malas prácticas. ACNUR prestó en Chad a la organización Arca de Zoé una decena de tiendas de campaña. En ellas dormían los niños que la ONG iba trayendo, desde 17 pueblos fronterizos con Sudán, en un pequeño avión tripulado por el piloto belga Jacques Wilmart, acusado de complicidad y hoy ya en Bélgica en libertad provisional. La portavoz de ACNUR en Abeché, Annette Rehrl, todavía no se lo explica: "Pecamos de confiados. Supongo que ahora se acabará todo eso. Ahora pediremos papeles y más papeles. Quizá esa es la enseñanza más dolorosa de todo esto".

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