Actualizado 3:45 P.M. (hora local) La Habana, jueves 29 de noviembre de 2007. Año 11 / Número 330
Leo Brouwer y Miguel Littin hablan sobre bandas sonoras y experiencias artísticas compartidas en la Cineteca Nacional chilena
PEDRO DE LA HOZ Enviado especial de Granma
pedro.hg@granma.cip.cu
SANTIAGO DE CHILE.— Entre llamados de alerta acerca de cómo la banalidad gana cada vez más espacio en las industrias culturales y una lúcida evocación de cuánto se deben entre sí la imagen y la música en el Nuevo Cine Latinoamericano transcurrió una fecunda jornada en la Cineteca Nacional de Chile, que propició el encuentro entre el realizador Miguel Littin y el compositor Leo Brouwer, con una entrañable experiencia de labores creativas compartidas.
Miguel Littin, autor de una obra que sacude conciencias.
El diálogo, moderado por Ignacio Aliaga, director de esta flamante institución radicada en el Centro Cultural del Palacio de la Moneda, inauguró aquí la proyección de un ciclo de películas del chileno Littin que cuentan con la colaboración del maestro cubano en la concepción de la banda sonora: La viuda de Montiel, Alsino y el cóndor y El recurso del método.
"Hollywood no me interesa", afirmó Brouwer. "Salvo la obra de ciertos autores, la industria allí explota solamente el espectáculo, incluyendo la música de las películas. Las bandas sonoras están plagadas de clichés, son predecibles de acuerdo a los géneros fílmicos. A veces me pregunto por qué, sin venir al caso, en la secuencia final de los créditos se inserta una canción. La respuesta se halla en la explotación comercial de un ícono de moda o en la promoción comercial del disco que acompañará la distribución de la película. Todo esto me aterra, porque la banalidad se está convirtiendo en una segunda naturaleza, utiliza recursos seductores, y termina por arruinar los valores culturales auténticos".
Littin narró el modo en que el cubano encontró soluciones para las bandas sonoras de sus filmes: "Nos entendíamos con pocas palabras, porque Leo es un compositor muy sensible, un hombre de vasta cultura que domina la composición con imágenes. Siendo uno de los hombres más cultos que he conocido, siempre admiré su capacidad para prestar oído y reelaborar los aires populares. Tal vez eso tenga que ver con su origen, con esa Cuba llena de admirables sones de la calle".
"Lo otro que sorprende en Leo como cineasta —siguió acotando Littin— es que no se aprovecha del cine para hacer su propia obra. Cada trabajo suyo para la pantalla es diferente. Nunca olvidaré esa tan concentrada expresión suya para Memorias del subdesarrollo, de Gutiérrez Alea."
"Se trata —terció el maestro— de que el compositor debe dejar de ser uno mismo para ponerse en función de otros. El gran Stravinsky solía decir que nunca podría componer para el cine. El autor de música para la pantalla no puede desligarse del director, pero tampoco del editor. Littin y yo hemos tenido la suerte de trabajar con un genio, el cubano Nelson Rodríguez."
La relación de Brouwer con la pantalla comenzó en 1960, cuando compuso la música para el tercer cuento de Historias de la Revolución, de Tomás Gutiérrez Alea. Fue fundador del Departamento de Música del ICAIC. Entre sus trabajos sobresalen Hanoi martes 13, de Santiago Álvarez; Lucía, de Humberto Solás; Las aventuras de Juan Quin Quin, de Julio García Espinosa, y Tiempo de amar, de Enrique Pineda Barnet. Con García Espinosa realizó uno de los trabajos experimentales de mayor rango en la filmografía cubana, Son o no son, que merece ser revisitado.
El público que colmó la Cineteca quiso saber si Leo mantenía su relación con el cine: "Cada hombre tiene su tiempo. Escribir música para el cine ha sido una de las experiencias más placenteras y hermosas de mi vida. Ya no lo hago, aunque me siento estimulado cuando veo la obra de los jóvenes cineastas cubanos".
No hay comentarios.:
Publicar un comentario