Boletín NC&T Vol. 1, No. 644 30 de Julio de 2008.
¿Podemos los humanos elevar nuestros coeficientes intelectuales, o estamos estancados en el coeficiente establecido al nacer por nuestros genes? Hasta fecha muy reciente, la segunda posibilidad parecía ser la única respuesta válida.
Pero una nueva investigación dirigida por los expertos suizos Susanne M. Jaeggi y Martin Buschkuehl, trabajando en la Universidad de Michigan en Ann Arbor, sugiere que al menos un aspecto del coeficiente intelectual de las personas puede ser mejorado por medio del entrenamiento de un cierto tipo de memoria.
La mayoría de los tests de coeficiente intelectual están diseñados para tratar de medir dos tipos de inteligencia: la cristalizada y la fluida. La inteligencia cristalizada es la basada en las habilidades existentes, el conocimiento adquirido y las experiencias vividas, para resolver problemas accediendo a información de la memoria a largo plazo.
La inteligencia fluida, por otro lado, se basa en la habilidad de comprender las relaciones entre varios conceptos, independientemente de cualquier conocimiento o habilidad previos, para resolver nuevos problemas. La investigación muestra que esta parte de la inteligencia puede ser mejorada a través del entrenamiento de la memoria. Nuestro cerebro es más moldeable de lo que podríamos pensar.
Jaeggi, Buschkuehl y Walter Perrig, de la Universidad de Berna, en Suiza, junto a Jon Jonides, de la Universidad de Michigan, razonaron que, ya que la inteligencia cristalizada depende de la memoria a largo plazo, la inteligencia fluida debería depender de la memoria a corto plazo, o "memoria de trabajo". Se trata del mismo tipo de memoria que empleamos para recordar un número telefónico o una dirección de correo electrónico durante un corto tiempo, pero más allá de esto, el término "memoria de trabajo" se refiere a la habilidad de manipular y usar la información almacenada brevemente en la mente, lidiando con los factores de distracción.
Los investigadores reclutaron cuatro grupos de voluntarios y entrenaron sus memorias de trabajo empleando tareas complejas de entrenamiento que presentaban tanto detalles visuales como auditivos que los participantes tenían que almacenar temporalmente y recordar.
Los participantes recibieron el entrenamiento durante una sesión de media hora una vez al día durante un periodo de 8, 12, 17 ó 19 días. Para cada uno de estos períodos de entrenamiento, los investigadores comprobaron el incremento en inteligencia fluida logrado por los participantes. Compararon los resultados con los de los grupos de control para asegurarse de que los voluntarios mejoraban su inteligencia fluida, y no sólo sus habilidades para completar los tests.
Los resultados fueron sorprendentes. Los grupos entrenados mejoraron considerablemente más que los grupos de control. Además, cuanto mayor era el tiempo de entrenamiento, mayor era ese aumento de inteligencia.
Dado que no se sabe si las mejorías en la inteligencia fluida se mantienen después de que cesa el entrenamiento, los investigadores en la actualidad están midiendo los aumentos a largo plazo en la inteligencia fluida, tanto mediante pruebas de laboratorio como con trabajo de campo a largo plazo.
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