Boletín NC&T Vol. 1, No. 648 8 de Agosto de 2008.
En un estudio conducido por Florin Dolcos de la Universidad de Alberta e investigadores de la Universidad Duke, se ha logrado identificar patrones cerebrales que ayudan a las personas sanas de edad avanzada a regular y controlar las emociones mejor que sus homólogas jóvenes. En el estudio, se consiguió identificar dos regiones del cerebro que mostraban una actividad mayor cuando a los participantes de más de 60 años se les mostraban imágenes estandarizadas de situaciones emocionalmente desafiantes.
Los estudios anteriores ya habían proporcionado evidencias de que los individuos sanos de edad avanzada tienen una mejor capacidad de autocontrol para decidir cuánta atención prestan a las situaciones negativas, por lo que resultan menos afectados por ellas. Hasta ahora, los científicos no comprendían cómo opera el cerebro para dar a las personas mayores esta útil habilidad.
En los experimentos, se pidió a los participantes jóvenes y a los maduros que evaluaran el contenido emocional de imágenes estandarizadas, como positivas, neutras o negativas, mientras su actividad cerebral era escaneada mediante resonancia magnética funcional por imágenes (fMRI).
Los participantes de edad avanzada evaluaron las imágenes como menos negativas que los participantes más jóvenes, con una diferencia que resulta estadísticamente significativa.
El escaneo por fMRI ayudó a los investigadores a observar esta reacción en los participantes de edad avanzada. Específicamente, observaron interacciones más fuertes entre la amígdala, una región del cerebro involucrada en la detección de las emociones, y la corteza cingulada anterior, un área involucrada en el control de las emociones.
Estos resultados indican que el control emocional mejora con el envejecimiento y que la mayor interacción entre estas dos regiones del cerebro es lo que permite a las personas sanas de edad avanzada controlar su respuesta emocional para que sean menos afectadas por las situaciones perturbadoras.
El estudio se realizó bajo la coordinación de Roberto Cabeza y en colaboración con Peggy St. Jacques, ambos de la Universidad Duke.
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