El Gobierno ha dado inconfundibles señales públicos de presión e incluso chantaje para lograr la aprobación del subsidio para el Transantiago, amenazando primero con que el pasaje subirá en la Región Metropolitana y luego con que no se entregarán recursos para paliar los crecientes costos de la locomoción en las restantes regiones del país.
Ha argumentado también que la oposición se está cobrando una cuenta por el rechazo a la nominación de Alfredo Pfeiffer como integrante de la Corte Suprema, o que está poniendo en práctica la teoría del desalojo para favorecer la candidatura presidencial de Sebastián Piñera.
Lo que no ha hecho el Gobierno es precisamente lo que se le está pidiendo para aprobar el subsidio solicitado al Congreso: Reconocer que el Transantiago sigue sin funcionar de manera adecuada y que se requieren modificaciones aún más profundas de las que se han hecho hasta ahora.
A estas alturas, sin disposición a negociar, a pesar de las declaraciones hechas en ese sentido por los parlamentarios de la oposición y los independientes -que serán los que decidan finalmente la votación- es factible suponer que el Gobierno ya tiene una estrategia para aprovechar políticamente el fracaso del proyecto, pero la apuesta es arriesgada porque la única forma en que a la opinión pública le importe lo que haga el Parlamento es aumentando el valor del pasaje y ello puede jugar en contra del propio Gobierno. Sin alza del pasaje, las críticas se mantendrán orientadas a la autoridad por no mejorar el servicio, pero con un incremento de las tarifas el Gobierno aspira a contar con un caudal de malestar ciudadano para dirigir contra la oposición.
Sin duda, como apuesta es mala, pero además es irresponsable porque lo único que quiere la gente, tanto en Santiago como en regiones, es que la locomoción colectiva sea un servicio decente y barato. Y es más irresponsable aún si se considera que el propio Gobierno es el que decidió impulsar el Transantiago sin que el sistema estuviera listo y es también el Gobierno el que ha porfiado con afirmar que ha mejorado, cuando la evidencia de lo contrario es visible a los ojos de los santiaguinos. En regiones, en tanto, se observa con impotencia cómo se entregan recursos millonarios para Santiago mientras sus propios sistemas de locomoción se encarecen sin freno alguno.
Pero sobre todo la apuesta es mala porque los efectos del fracaso del proyecto que establece el subsidio se percibirán inmediatamente antes de las elecciones municipales, y si el Gobierno equivoca su estrategia sufrirá consecuencias que repercutirán luego en la siguiente elección presidencial y parlamentaria, aun si resuelve finalmente utilizar recursos distintos al subsidio para evitar el alza de los pasajes porque en ese caso la oposición recuperará la ofensiva.
ANDRÉS ROJO T.
Periodista
9-9798239
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