29 marzo, 2008

Internet y la lectura

Por María Paula Bandera
Para LA NACION

El nacimiento del Kindle y el proyecto Google Book Search ya hacen posible pensar en un mundo sin bibliotecas ni librerías. Ambas herramientas son complementarias, y entre las dos comienzan a dibujar el futuro del libro.

El proyecto Google Book Search nació en octubre de 2004, y consiste en digitalizar todos los libros que existen en todo el planeta, para ponerlos a disposición del internauta en formato digital. Si la obra que se busca es de dominio público, es decir, si ya vencieron los derechos de autor, se puede leer entera en la pantalla (y bajarla completa). Caso contrario, se permite leer sólo un fragmento y se le informa al usuario sobre las bibliotecas que disponen del libro para su consulta, así como de las librerías donde es posible comprarlo. Este último servicio es el que reporta ganancias a Google, ya que las librerías pagan por cada click que los cibernautas hacen en su link. "El proyecto es muy útil para los editores, ya que les permite analizar mediante estadísticas la popularidad de los libros para programar la distribución, e incluso considerar si una obra descatalogada merece la pena ser reimpresa de nuevo", ha dicho Marco Marinucci, director de Google Book Search International.

En otra línea, un nuevo resultado de la sociedad entre Internet y los libros es la aparición de editoriales que funcionan bajo la modalidad print on demand. Actualmente, el servicio de autopublicación es Lulu.com. Funciona de la siguiente manera: los autores escriben un libro, el portal lo edita y le pone una portada, y una calculadora on line estima el costo de impresión. Este dato es fundamental para establecer el precio de venta, el cual es fijado por el propio autor; así, el 80 por ciento de las ganancias van a las arcas del autor, y el 20 por ciento restante a Lulu.com. Este tipo de iniciativas son un paraíso para los autores, quienes ya no tienen que esforzarse para convencer a un editor de que publique su obra. Y, como dice Bob Young, el editor se conforma con pensar que "todos tenemos al menos un cliente: nuestra madre".

De todas maneras, la mayor innovación en tecnología libresca se llama Kindle. Es un dispositivo de lectura electrónica conocido como "el iPod de los libros", en el que los textos se almacenan en un formato que permite una lectura dinámica e interactiva. En esta biblioteca virtual caben casi 200 títulos, que además se pueden comprar online. Cuesta 399 dólares y se puede comprar vía Internet. Así, el acceso a la lectura y la difusión de lo escrito se vuelve más simple, y tal vez por eso mismo estos dispositivos virtuales y los proyectos de edición independiente se ven como grandes amenazas para las personas –libreros y editores, principalmente- que viven de la industria del libro.

Tal vez el desafío sea generar una reflexión acorde a los cambios que empieza a darse en el formato de los libros y, también, en los modos de leer. Al respecto, Ricardo Piglia acaba de apuntar en la revista La Biblioteca que "los signos nos siguen viniendo uno tras otro (...) después los podemos alterar, podemos intercalar un texto en otro pero siempre habrá un movimiento lineal, difícil de acelerar y de alterar". En esa línea, el historiador Roger Chartier viene planteando tres diferencias fundamentales entre la lectura tradicional y la digital. La primera tiene que ver con el contexto, ya que se pasa de una contextualización topográfica a una lógica, más temática, en la que los textos se transforman en "bancos de datos, de los cuales se extraen fragmentos sin que remitan a la totalidad". La segunda es que el libro posibilita un contacto físico con la obra, mientras que la lectura digital está mediatizada por la pantalla. Y la tercera, tal vez la más importante, reside en los cambios que la pantalla provoca en la percepción de las entidades textuales, lo cual implica la ausencia "de una jerarquización de la autoridad de los textos en relación con su género, es decir, en relación con su percepción material".

Las miradas apocalípticas sobre los cambios que Internet provoca en la lectura, se mezcaln con versiones más utópicas que enfatizan su carácter libertario: mayor democratización, fin de los intermediarios y una relación más laxa con la Ley. Sin embargo, es claro que a este paraíso prometido no tendrán acceso todos los lectores. Estos nuevos modos de vincularse con la lectura, requieren de una alfabetización específica. A pesar de las palabras de Young, es difícil imaginar a una mujer sexagenaria bajando el libro de su hijo en Internet.

Los espíritus más conciliadores prefieren no hablar de muerte, sino de coexistencia pacifica de los dos soportes -el tradicional y el digital-. Roger Chartier se inscribe en esta línea de pensamiento y señala que "no se trata de elegir entre un soporte u otro, sino que hay que pensar en la conservación y uso de todas las formas de inscripción de los textos". Las dos formas tienen puntos fuertes y débiles; tal vez esté en cada individuo la posibilidad de elegir que opción le parece más óptima según las circunstancias. Porque, tal como afirma la española Milagros del Corral, Directora General Adjunta para la Cultura de la UNESCO, "el avión, no impide caminar".

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