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Ban Ki-Moon
Vivimos en un mundo globalizado. Una globalización que se está produciendo por etapas. Ahora nos encontramos en la segunda: la era de la movilidad.
En la primera etapa, se liberaron las corrientes de capital y de bienes y los beneficios fueron a parar fundamentalmente al mundo desarrollado y a sus principales asociados comerciales, como Brasil, China e India. En la nueva etapa de la movilidad, las personas atravesarán las fronteras en números cada vez mayores. En su búsqueda de oportunidades y de una vida mejor, esas personas pueden hacer que, poco a poco, se desmoronen las enormes desigualdades que caracterizan nuestro tiempo y se acelere el progreso en todo el mundo.
En 2006, los emigrantes mandaron a casa 264.000 millones de dólares, el triple de la cooperación internacional. En algunos países, una tercera parte de las familias depende de esas remesas para escapar de la pobreza. Además, las remeses sustentan la atención de la salud, la educación y las empresas de base de los países empobrecidos.
La libre circulación de personas ayuda a agilizar la economía mundial. Cuando un hospital de Londres necesita enfermeras, las contrata en Ghana o Sierra Leona. Cuando Google busca programadores, las naciones en desarrollo suelen ser fuente. Hasta ahora, esta corriente de personas ha beneficiado sobre todo a los países más ricos y ha suscitado preocupación por la fuga de cerebros.
En lugar de prestar atención a los beneficios que puede reportar la migración en materia de desarrollo, los gobiernos se han adaptado con lentitud a la nueva situación. Como consecuencia, está floreciendo la inmigración ilegal, las tensiones sociales, la discriminación, la desconfianza en los gobiernos y el poder de las redes delictivas.
En otros tiempos también se produjeron migraciones de escala similar. A principios del siglo XX, el 3% de la población mundial había abandonado su lugar de origen. Cien años después, la ONU estima que hay 191 millones de migrantes internacionales, una proporción similar. Aunque el número va en aumento.
En la actualidad, los migrantes se desplazan con rapidez gracias al transporte económico e Internet, la telefonía asequible y la televisión por satélite los mantiene en contacto con su lugar de origen. La globalización ha transformado radicalmente los mercados laborales, pero también ha ayudado a que crezcan las desigualdades, que impulsan la emigración.
Sin embargo, la migración tiene un gran potencial para contribuir al desarrollo. En septiembre de 2006, la ONU celebró, por primera vez en la historia, una cumbre dedicada a la migración. Muchos predijeron que se produciría un enfrentamiento entre los países desarrollados y los empobrecidos; estos últimos condenaron la fuga de cerebros y la violación de los derechos de los migrantes. Los primeros abandonaron la sala. Pero, más de un centenar de países entablaron un intercambio constructivo de puntos de vista. La experiencia fue tan positiva que se creó el Foro Mundial sobre Migraciones y el Desarrollo, que tuvo su primera sesión el pasado 10 de julio en Bruselas. Asistieron 800 delegados de 140 países. Un primer paso para aprovechar la energía de la migración para promover el desarrollo. Aprenderemos de iniciativas como IntEnt, en los Países Bajos, que ha ayudado a los emigrantes a establecer más de 200 empresas en sus países de origen; los microbancos de México, que permiten a las comunidades locales servirse de las remesas para hacer inversiones en educación, salud…; y las leyes de doble nacionalidad que facilitan que los migrantes desempeñen una función mayor en el desarrollo al llevar capital, conocimientos y redes de contacto a sus países de origen.
La migración también puede tener consecuencias negativas. El Foro brinda la oportunidad de abordar esos problemas de manera amplia y proactiva, de modo que los beneficios se aprovechasen en los países de origen y de acogida. Las claves son los valores esenciales que comparte la humanidad: tolerancia, aceptación social, educación y receptividad mutua las diferencias culturales.
La migración puede ser una enorme fuerza benefactora. Si entablamos una conversación racional y orientada hacia el futuro sobre el mejor modo de gestionar nuestros intereses comunes, podemos contribuir juntos a dar paso a la tercera etapa de la globalización, una era en la que más personas que nunca empiecen a compartir la prosperidad del mundo.
Ban Ki-Moon
Secretario General de Naciones Unidas
En la primera etapa, se liberaron las corrientes de capital y de bienes y los beneficios fueron a parar fundamentalmente al mundo desarrollado y a sus principales asociados comerciales, como Brasil, China e India. En la nueva etapa de la movilidad, las personas atravesarán las fronteras en números cada vez mayores. En su búsqueda de oportunidades y de una vida mejor, esas personas pueden hacer que, poco a poco, se desmoronen las enormes desigualdades que caracterizan nuestro tiempo y se acelere el progreso en todo el mundo.
En 2006, los emigrantes mandaron a casa 264.000 millones de dólares, el triple de la cooperación internacional. En algunos países, una tercera parte de las familias depende de esas remesas para escapar de la pobreza. Además, las remeses sustentan la atención de la salud, la educación y las empresas de base de los países empobrecidos.
La libre circulación de personas ayuda a agilizar la economía mundial. Cuando un hospital de Londres necesita enfermeras, las contrata en Ghana o Sierra Leona. Cuando Google busca programadores, las naciones en desarrollo suelen ser fuente. Hasta ahora, esta corriente de personas ha beneficiado sobre todo a los países más ricos y ha suscitado preocupación por la fuga de cerebros.
En lugar de prestar atención a los beneficios que puede reportar la migración en materia de desarrollo, los gobiernos se han adaptado con lentitud a la nueva situación. Como consecuencia, está floreciendo la inmigración ilegal, las tensiones sociales, la discriminación, la desconfianza en los gobiernos y el poder de las redes delictivas.
En otros tiempos también se produjeron migraciones de escala similar. A principios del siglo XX, el 3% de la población mundial había abandonado su lugar de origen. Cien años después, la ONU estima que hay 191 millones de migrantes internacionales, una proporción similar. Aunque el número va en aumento.
En la actualidad, los migrantes se desplazan con rapidez gracias al transporte económico e Internet, la telefonía asequible y la televisión por satélite los mantiene en contacto con su lugar de origen. La globalización ha transformado radicalmente los mercados laborales, pero también ha ayudado a que crezcan las desigualdades, que impulsan la emigración.
Sin embargo, la migración tiene un gran potencial para contribuir al desarrollo. En septiembre de 2006, la ONU celebró, por primera vez en la historia, una cumbre dedicada a la migración. Muchos predijeron que se produciría un enfrentamiento entre los países desarrollados y los empobrecidos; estos últimos condenaron la fuga de cerebros y la violación de los derechos de los migrantes. Los primeros abandonaron la sala. Pero, más de un centenar de países entablaron un intercambio constructivo de puntos de vista. La experiencia fue tan positiva que se creó el Foro Mundial sobre Migraciones y el Desarrollo, que tuvo su primera sesión el pasado 10 de julio en Bruselas. Asistieron 800 delegados de 140 países. Un primer paso para aprovechar la energía de la migración para promover el desarrollo. Aprenderemos de iniciativas como IntEnt, en los Países Bajos, que ha ayudado a los emigrantes a establecer más de 200 empresas en sus países de origen; los microbancos de México, que permiten a las comunidades locales servirse de las remesas para hacer inversiones en educación, salud…; y las leyes de doble nacionalidad que facilitan que los migrantes desempeñen una función mayor en el desarrollo al llevar capital, conocimientos y redes de contacto a sus países de origen.
La migración también puede tener consecuencias negativas. El Foro brinda la oportunidad de abordar esos problemas de manera amplia y proactiva, de modo que los beneficios se aprovechasen en los países de origen y de acogida. Las claves son los valores esenciales que comparte la humanidad: tolerancia, aceptación social, educación y receptividad mutua las diferencias culturales.
La migración puede ser una enorme fuerza benefactora. Si entablamos una conversación racional y orientada hacia el futuro sobre el mejor modo de gestionar nuestros intereses comunes, podemos contribuir juntos a dar paso a la tercera etapa de la globalización, una era en la que más personas que nunca empiecen a compartir la prosperidad del mundo.
Ban Ki-Moon
Secretario General de Naciones Unidas
Fuente: Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS), España.
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