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Benjamín Forcano
Han comenzado a sonar la decepción y las alarmas. Nuevos documentos de Roma nos hacen sacudir la cabeza y dejarnos entre asombrados y decepcionados. ¿Habremos de habituarnos a lo imposible, a lo nunca imaginado cuando la celebración del Vaticano II? Hay cosas que imprimen carácter. Y una de ellas es el hecho de que, el hoy papa Benedicto XVI, fue durante 23 años el timonel doctrinal de Juan Pablo II. A quien sea consciente de esto, no le puede extrañar que el Papa actual haya firmado un Motu Proprio que autoriza la vuelta a la misa en latín sin tener que pedir permiso, y un Documento en torno a ciertos aspectos de la doctrina de la Iglesia, que dificulta claramente el diálogo ecuménico. No le puede extrañar si lee estas palabras del cardenal Ratzinger, recogidas en una entrevista que le hizo Vittorio Messori y publicadas en 1985 con el título Informe sobre la Fe: "Resulta incontestable que los últimos veinte años han sido decisivamente desfavorables para la Iglesia católica…y sus resultados parecen oponerse cruelmente a las esperanzas de todos". "Hay que afirmar sin ambages que una reforma real de la Iglesia presupone un decidido abandono de aquellos caminos equivocados que han conducido a consecuencias indiscutiblemente negativas" (Pgs. 35-36). "Estoy convencido de que los males que hemos experimentado en estos veinte años se deben al hecho de haberse desatado en el interior de la Iglesia ocultas fuerzas, agresivas, centrífugas, irresponsables o simplemente ingenuas" (pgs. 36-37).
Estas palabras hablan por sí mismas y nos dan la clave para entender lo que hoy está pasando en la cúpula de la Iglesia.
He aquí unos puntos fundamentales:
2. Declara desfavorable, negativa y equivocada toda la aplicación posconciliar hecha por la Iglesia.
3. Considera un desastre los frutos del Concilio y, lógicamente, pone bajo sospecha el mismo Concilio, impulsado y apoyado por los Papa Juan XXIII, Pablo VI y el episcopado universal.
4. Está convencido de que tales frutos no se deben al "verdadero" Concilio, lo cual equivale implícitamente a considerar que el Concilio fue un hecho desfavorable, una equivocación y una cosa que no debió producirse, es decir, el cardenal rechaza que fuera necesario un cambio histórico en la Iglesia y que lo fuera en realidad, deja entrever que el Concilio no aportó nada nuevo y que se apartó de la tradición multisecular de la Iglesia.
Tiempo han tenido y tendrán los teólogos de mostrar la inconsistencia del análisis que el cardenal Ratzinger hace en estos documentos, pero desde siempre ha estado claro que, como escribió el Sínodo Extraordinario, "el Vaticano II ha sido una gracia de Dios y un don del Espíritu Santo, del que se han derivado muchísimos frutos espirituales para la Iglesia universal y las Iglesias particulares, así como también para los hombres de nuestra época". ¿Cómo el cardenal Ratzinger, en solitario, puede opinar así en contra del sentir universal de la Iglesia?
No se debe escamotear lo que fue un hecho irrebatible: el Concilio vivió un conflicto entre una minoría conservadora y una gran mayoría renovadora. Lo que esa minoría perdió entonces lo fue ganando posteriormente, contando con la aportación del entonces definidor de la fe, y hoy Papa, que parecía saber cuál era el Concilio verdadero y cuál el falsificado, podía afirmar que el tiempo de la aplicación del verdadero Concilio no había llegado, que había que hacer tabla rasa de todo y comenzar de nuevo.
Por lo mismo, el problema no está en el Concilio, que permanece intocable, sino en la resistencia que una minoría le opuso tenazmente y que el Prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe respaldó con su presencia e influjo en el pontificado de Juan Pablo II, confiriéndole autoridad y aires de oficialidad.
El papa sabe muy bien que en el Concilio se dirimieron cuestiones muy graves, relacionadas con nuevas maneras de entender temas como la naturaleza de la Iglesia, su relación con el mundo, la libertad religiosa, el ecumenismo, etc. Cuestiones que implicaban un necesario y radical cambio histórico. Afirmar que el Concilio fue apenas pastoral, que no trató de definir ningún dogma y que, por lo mismo, fue irrelevante, equivale a desactivar el Concilio o a una forma de pretender hacerlo. Y los conflictos del aula conciliar son los que están emergiendo, con la diferencia de que al apoyo dado por el antiguo Prefecto se lo da ahora el Papa Benedicto XVI.
¿Hacia dónde va la Iglesia de Benedicto XVI? Los citados documentos nos lo dicen meridianamente al preconcilio, a dar trato de favor a los neoconservadores, a poner en entredicho el diálogo ecuménico, a situarse de espaldas a la legítima autonomía de la cultura y de las ciencias, a posponer, frente a problemas internos que exigen y han recibido ya nuevos replanteamientos, las grandes causas de la humanidad que, por ser primeras y prioritarias, deben unirnos a todos.
Los preconciliares no han abandonado el modelo de una Iglesia absolutista, no democrática, con un poder clerical escalonado pero total y omnipresente en la sociedad, acostumbrada a detentar el monopolio cultural, religioso y moral, por encima del poder civil y político. Ese modelo dogmático y arrogante, de una Iglesia no servidora y anunciante de un Reino de hermanos y hermanas, en igualdad, libertad y amor, es el que dicta el regreso al pasado y el miedo a una auténtica inserción en el presente. Esta Iglesia se aleja cada vez más de la tierra, de los problemas de los hombres y mujeres, y se endurece hacia dentro y hacia fuera como si ese fuera el camino para marchar en la dirección de Jesús.
- Benjamín Forcano es sacerdote y teólogo. Autor del libro "Leonardo Boff", Ed. Nueva Utopia. 2007.
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