Mistral en long Island: los avatares de un tesoro
En un 60 por ciento piensa Luis Vargas Saavedra que se acrecentará el acervo de la poetisa chilena luego de abrir las cajas de su legado en las dependencias de Doris Dana en Estados Unidos. "La cantidad y calidad de poemas que voy reuniendo son tales, que se viene guarda abajo la creencia de que Gabriela Mistral escribió tan sólo cinco libros de poesía", señala Vargas.
En un 60 por ciento piensa Luis Vargas Saavedra que se acrecentará el acervo de la poetisa chilena luego de abrir las cajas de su legado en las dependencias de Doris Dana en Estados Unidos. "La cantidad y calidad de poemas que voy reuniendo son tales, que se viene guarda abajo la creencia de que Gabriela Mistral escribió tan sólo cinco libros de poesía", señala Vargas.
LUIS VARGAS SAAVEDRA
Desde Massachusetts
En South Hadley, en el "trópico frío" de Massachusetts, uno entiende por qué esta zona de los Estados Unidos fue llamada "New England". De verdad es una nueva Inglaterra, toda verde por las lluvias que esmeran arces, hayas, robles y encinas. Aquí, en las dos piezas de un pequeño departamento, Doris Atkinson, la albacea (no la heredera) del patrimonio de Doris Dana, ha reunido la colección de dos coleccionistas, su tía y Gabriela Mistral. Dos espacios atiborrados de objetos, cajas, carpetas, archivos, cartapacios, cuadernos y libros, cachivaches acumulados como la parafernalia de Tutankamón, pero apadrinados por la computación.
Faenamos igual que en una ceñida oficina, Elizabeth Horan, historiadora que esmera su biografía de Gabriela Mistral revisando los papeles a la busca de cartas y fotos; mi esposa, Carmen, que me asiste en el delicado trato a los manuscritos; Doris Atkinson, que se atarea en los preliminares del traslado de todo este cúmulo a Washington, y yo, que voy hallando más y más poemas inéditos para las obras completas. Si antes de venir ya tenía 80 y tantos, ahora voy llegando a los 100, y éste es sólo el tercer día de rastreo.
Como las ventanas dan al Oeste, el aire acondicionado es vencido por el sol del verano. Pero la fascinación que irradian estos rastros de Gabriela Mistral oblitera el calor. Nos ayudamos compartiendo hallazgos, pues hay que ir con mucho tiento y paciencia. A veces, en un cuaderno constelado de rimas se entrevera un poema, o bien aparece en contrapunto con una lista de compras que hacer. Hay páginas sueltas de prosa y poemas, fragmentos que perdieron su secuencia, una miscelánea que requerirá ser digitalizada para poder ensamblarle las palabras, a lo arqueólogo que recompone un ánfora hecha añicos. Ayer nos reíamos viendo una hoja grande de papel de envolver, amarillenta y desdoblada, repleta de versos a lápiz. Gabriela Mistral echaba mano de cualquier cosa para escribir encima.
"Me espanta la potencia de este dinamo"
Viendo las constelaciones de palabras que riman en o, o en e-o, uno queda pasmado ante el trabajo formidable de haberlas ido reuniendo. El efecto es el de un laboratorio con todas las sustancias dispuestas a elaboración. Y el panorama es el de una cantera verbal que parece estática en la quietud de la página, pero que debió significar un intenso activamiento mental para configurarla y que era vuelto a activar en cuanto cualquiera de estas palabras fuera utilizada en un verso.
Aunque recién he comenzado a dar vueltas el millar de hojas, la cantidad y calidad de poemas que voy reuniendo son tales, que se viene guarda abajo la creencia de que Gabriela Mistral escribió tan sólo cinco libros de poesía. Y cuando además tomo en cuenta las mareas de cartas recibidas y que habrán provocado respuesta, más la antología de prosa hispanoamericana, más los apuntes orientalistas, más los recados y oficios consulares, me espanta la potencia de este dinamo y la calidad de su voltaje.
Doris Dana nunca pudo desprenderse de su tesoro: Gabriela le permanecía allí en cada hoja. Celó con tanta desconfianza todo, que no sólo rechazó intrusos, sino que, rehusando ser ayudada, se abocó a un proceso de archivamiento que la excedía y que requiere la profesionalidad de un equipo. Enorme tarea y responsabilidad para quienes en el futuro asuman el compromiso de resolver y alojar este maremágnum. Sabemos que Nivia Palma, alerta directora de nuestra Biblioteca Nacional, y Pedro Pablo Zegers, diestro investigador en la recopilación de la copiosa obra de Gabriela Mistral, acometerán el desafío con el máximo profesionalismo, que será agradecido por todos. Ellos son los escogidos y encargados de que este tesoro llegue a Chile, incólume, para su disfrute y divulgación.
El recelo de Doris Dana, al impedir que los estudiosos norteamericanos o criollos pudieran verlo siquiera, desanimó una investigación académica que habría atendido y realzado la obra de Gabriela Mistral. Suya es la culpa de que en los Estados Unidos no se la haya considerado como la magnífica escritora universal, como el genio verbal que ella es. Contribuyó a su postergación, a su olvido, al arrumbamiento -gracias al cual, estamos ahora tasando la vastedad de su excelencia utilizando tecnologías de búsqueda y captación modernas, que ahora permiten su óptima reproducción y divulgamiento.
Doris Atkinson nos cuenta que conoció a su tía recién a los catorce años y que nunca la preparó para ser albacea. Sin saber castellano, apenas enterada de que Gabriela Mistral era un Premio Nobel en literatura, se le vino encima el albaceato como un rodado de enigmas y apremios. Ingeniero por oficio, avezada en organizar hechos, en manejar lo concreto y lo exacto, ha sabido asumir su repentino cargo con una inteligencia eficaz, con una generosidad y una ética encomiables que todos le debemos agradecer. A ella se debe la decisión de traspasar a una institución chilena sin afanes de lucro, como es Dibam, lo que aún falta conocer, ver y leer de Gabriela Mistral, es decir, el 60% de su desempeño genial.
Como sobrina continúa perpleja ante las rarezas de su tía. Hallar, por ejemplo, que había archivado sin cobrar todos los pagos por derechos de filmaciones de su hermana Leora. Y encontrar toda su ropa. Nos recuerda que cuando niña, Doris Dana debe haber sentido los efectos del colapso de la Bolsa de Nueva York, que también hizo tambalear algo la fortuna de la familia. Después de tamaño desastre económico es de entender la obsesión por guardar cuanta cosa valía o podía valer, además de su cuantía emocional. Las muertes trágicas en la familia también tienen que haber asestado llagas emocionales.
Junto a Elizabeth Horan, biógrafa de Mistral
Presenciar con qué acuciosidad investiga Elizabeth Horan es una clase magistral de magistral organización mental y tecnológica. La biografía que va afinando será una revelación. Nadie domina como ella el detalle de una vida tan compleja. Sabe la historia de Chile y de Europa en que sucedía. Ha desentrañado misterios y además ofrece conjeturas audaces e irrebatibles.
Su libro lanzará a Gabriela Mistral ante los lectores norteamericanos e ingleses, generando interés, estudio, admiración. Gracias a Doris Atkinson está pudiendo perfeccionar su biografía con trozos o cartas enteras, tanto de Gabriela Mistral como de escritores y políticos.
Algunos datos concretos sobre el archivo
Cinco álbumes de cuero negro, de unos 50 por 40 centímetros, que contienen fotos de Gabriela Mistral, Yin Yin, padre, madre y familia, la mayoría desconocidas. Muestran diferentes etapas, edades, lugares y permiten acompañar su periplo; verla joven y luego vieja. Las de Yin Yin también dejan seguir su evolución de niñito chico feliz a serio, amurrado, incluso sombrío.
El número de carpetas es de alrededor de 400.
La prosa está archivada con varias copias, de modo que un artículo periodístico se repite 3 o 5 veces.
Elizabeth Horan estima que ella ha escaneado 500 cartas inéditas. Yo he fotografiado 860 hojas que corresponden a 78 poemas con todas sus versiones (un poema suele evolucionar en tres versiones).
Desde Massachusetts
En South Hadley, en el "trópico frío" de Massachusetts, uno entiende por qué esta zona de los Estados Unidos fue llamada "New England". De verdad es una nueva Inglaterra, toda verde por las lluvias que esmeran arces, hayas, robles y encinas. Aquí, en las dos piezas de un pequeño departamento, Doris Atkinson, la albacea (no la heredera) del patrimonio de Doris Dana, ha reunido la colección de dos coleccionistas, su tía y Gabriela Mistral. Dos espacios atiborrados de objetos, cajas, carpetas, archivos, cartapacios, cuadernos y libros, cachivaches acumulados como la parafernalia de Tutankamón, pero apadrinados por la computación.
Faenamos igual que en una ceñida oficina, Elizabeth Horan, historiadora que esmera su biografía de Gabriela Mistral revisando los papeles a la busca de cartas y fotos; mi esposa, Carmen, que me asiste en el delicado trato a los manuscritos; Doris Atkinson, que se atarea en los preliminares del traslado de todo este cúmulo a Washington, y yo, que voy hallando más y más poemas inéditos para las obras completas. Si antes de venir ya tenía 80 y tantos, ahora voy llegando a los 100, y éste es sólo el tercer día de rastreo.
Como las ventanas dan al Oeste, el aire acondicionado es vencido por el sol del verano. Pero la fascinación que irradian estos rastros de Gabriela Mistral oblitera el calor. Nos ayudamos compartiendo hallazgos, pues hay que ir con mucho tiento y paciencia. A veces, en un cuaderno constelado de rimas se entrevera un poema, o bien aparece en contrapunto con una lista de compras que hacer. Hay páginas sueltas de prosa y poemas, fragmentos que perdieron su secuencia, una miscelánea que requerirá ser digitalizada para poder ensamblarle las palabras, a lo arqueólogo que recompone un ánfora hecha añicos. Ayer nos reíamos viendo una hoja grande de papel de envolver, amarillenta y desdoblada, repleta de versos a lápiz. Gabriela Mistral echaba mano de cualquier cosa para escribir encima.
"Me espanta la potencia de este dinamo"
Viendo las constelaciones de palabras que riman en o, o en e-o, uno queda pasmado ante el trabajo formidable de haberlas ido reuniendo. El efecto es el de un laboratorio con todas las sustancias dispuestas a elaboración. Y el panorama es el de una cantera verbal que parece estática en la quietud de la página, pero que debió significar un intenso activamiento mental para configurarla y que era vuelto a activar en cuanto cualquiera de estas palabras fuera utilizada en un verso.
Aunque recién he comenzado a dar vueltas el millar de hojas, la cantidad y calidad de poemas que voy reuniendo son tales, que se viene guarda abajo la creencia de que Gabriela Mistral escribió tan sólo cinco libros de poesía. Y cuando además tomo en cuenta las mareas de cartas recibidas y que habrán provocado respuesta, más la antología de prosa hispanoamericana, más los apuntes orientalistas, más los recados y oficios consulares, me espanta la potencia de este dinamo y la calidad de su voltaje.
Doris Dana nunca pudo desprenderse de su tesoro: Gabriela le permanecía allí en cada hoja. Celó con tanta desconfianza todo, que no sólo rechazó intrusos, sino que, rehusando ser ayudada, se abocó a un proceso de archivamiento que la excedía y que requiere la profesionalidad de un equipo. Enorme tarea y responsabilidad para quienes en el futuro asuman el compromiso de resolver y alojar este maremágnum. Sabemos que Nivia Palma, alerta directora de nuestra Biblioteca Nacional, y Pedro Pablo Zegers, diestro investigador en la recopilación de la copiosa obra de Gabriela Mistral, acometerán el desafío con el máximo profesionalismo, que será agradecido por todos. Ellos son los escogidos y encargados de que este tesoro llegue a Chile, incólume, para su disfrute y divulgación.
El recelo de Doris Dana, al impedir que los estudiosos norteamericanos o criollos pudieran verlo siquiera, desanimó una investigación académica que habría atendido y realzado la obra de Gabriela Mistral. Suya es la culpa de que en los Estados Unidos no se la haya considerado como la magnífica escritora universal, como el genio verbal que ella es. Contribuyó a su postergación, a su olvido, al arrumbamiento -gracias al cual, estamos ahora tasando la vastedad de su excelencia utilizando tecnologías de búsqueda y captación modernas, que ahora permiten su óptima reproducción y divulgamiento.
Doris Atkinson nos cuenta que conoció a su tía recién a los catorce años y que nunca la preparó para ser albacea. Sin saber castellano, apenas enterada de que Gabriela Mistral era un Premio Nobel en literatura, se le vino encima el albaceato como un rodado de enigmas y apremios. Ingeniero por oficio, avezada en organizar hechos, en manejar lo concreto y lo exacto, ha sabido asumir su repentino cargo con una inteligencia eficaz, con una generosidad y una ética encomiables que todos le debemos agradecer. A ella se debe la decisión de traspasar a una institución chilena sin afanes de lucro, como es Dibam, lo que aún falta conocer, ver y leer de Gabriela Mistral, es decir, el 60% de su desempeño genial.
Como sobrina continúa perpleja ante las rarezas de su tía. Hallar, por ejemplo, que había archivado sin cobrar todos los pagos por derechos de filmaciones de su hermana Leora. Y encontrar toda su ropa. Nos recuerda que cuando niña, Doris Dana debe haber sentido los efectos del colapso de la Bolsa de Nueva York, que también hizo tambalear algo la fortuna de la familia. Después de tamaño desastre económico es de entender la obsesión por guardar cuanta cosa valía o podía valer, además de su cuantía emocional. Las muertes trágicas en la familia también tienen que haber asestado llagas emocionales.
Junto a Elizabeth Horan, biógrafa de Mistral
Presenciar con qué acuciosidad investiga Elizabeth Horan es una clase magistral de magistral organización mental y tecnológica. La biografía que va afinando será una revelación. Nadie domina como ella el detalle de una vida tan compleja. Sabe la historia de Chile y de Europa en que sucedía. Ha desentrañado misterios y además ofrece conjeturas audaces e irrebatibles.
Su libro lanzará a Gabriela Mistral ante los lectores norteamericanos e ingleses, generando interés, estudio, admiración. Gracias a Doris Atkinson está pudiendo perfeccionar su biografía con trozos o cartas enteras, tanto de Gabriela Mistral como de escritores y políticos.
Algunos datos concretos sobre el archivo
Cinco álbumes de cuero negro, de unos 50 por 40 centímetros, que contienen fotos de Gabriela Mistral, Yin Yin, padre, madre y familia, la mayoría desconocidas. Muestran diferentes etapas, edades, lugares y permiten acompañar su periplo; verla joven y luego vieja. Las de Yin Yin también dejan seguir su evolución de niñito chico feliz a serio, amurrado, incluso sombrío.
El número de carpetas es de alrededor de 400.
La prosa está archivada con varias copias, de modo que un artículo periodístico se repite 3 o 5 veces.
Elizabeth Horan estima que ella ha escaneado 500 cartas inéditas. Yo he fotografiado 860 hojas que corresponden a 78 poemas con todas sus versiones (un poema suele evolucionar en tres versiones).
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