Edición sábado 30 de junio de 2007 | |
A pesar de su retiro de la política para "cultivar su jardín", como le gusta decir, nunca pasa mucho tiempo sin que uno oiga hablar de Carlos Altamirano Orrego. Esta semana fue con motivo del lanzamiento de un libro. Tiempo atrás porque estaría preparando unas memorias conversadas con Gabriel Salazar, que si son como las que hiciera con Patricia Politzer, a fines de los 80, de nuevo darán que hablar.Por Alfredo Jocelyn-Holt | |
| |
Siempre e invariablemente en términos duros y acusadores. El hombre es controvertido. Háblese de la UP o del golpe y le llueven las acusaciones más rayadas. Para la derecha tradicional es simplemente un traidor a su clase, y eso que ella misma ni pestañeó cuando trapeó su centenaria historia republicana constitucional y descorcharon las botellas de champagne. Para no pocos en la izquierda, en cambio, Altamirano le arruinó el gobierno a Allende: fue su peor adversario y su incendiario discurso en el Estadio Chile -donde proclama al país como un nuevo Vietnam- habría posibilitado la conspiración militar dos días después. Escalona lleva años haciendo gárgaras con la tesis: el otro día no más le apuntó el dedo a Ominami y lo acusó de querer ser el "Altamirano de Bachelet". Ante argumentos tan burdos y simplistas cuesta saber quién de todos es realmente el "mayoneso" en el cuento. El descargo del mismísimo Altamirano, cuando dice que mientras él siga siendo el gran culpable, el resto puede dormir tranquilo, suena bastante más sensato que lo dicho por sus detractores. El problema con Altamirano es que es más fácil caricaturizarlo que explicarlo. Viene de uno de los mundos más tradicionales del país, vinculado a la tierra, la banca y el salitre; mundo refinado, liberal y en que se viajaba más de lo normal para los estándares de los oligárquicos terratenientes de su época. No hay que olvidar que antes de convertirse en la "bestia negra" de la derecha, fue abogado de la Compañía Chilena de Electricidad, de la Papelera y del Banco Sudamericano. Y, si bien ya militante del PS y tres veces subsecretario en el segundo gobierno de Ibáñez, sus nombramientos fueron en Hacienda donde a nadie muy loco lo destinan, cualquiera sea la tendencia de turno. Y al final tenía razón ¿Por qué, entonces, el giro? La verdad sea dicha, ni él ni nadie lo ha logrado explicar satisfactoriamente. Lo único cierto es que Altamirano es uno de los primeros "conversos" al marxismo desde ese mundo tradicional donde, más tarde, se volvería una moda "très chic". Y, bueno, claro, irse al chancho para hacer mérito dialéctico suele ser de rigor cuando se ha "visto la luz" (la suya venía de Cuba) y, más aún, si hasta no hacía mucho corría por aquí y por allá defendiendo los intereses del capitalismo eléctrico. Convertido en azote, hacia 1967, al ex abogado de la Papelera se le escucharán cosas como: "La cuestión básica del poder jamás se resolverá en la tribuna parlamentaria. Siempre ha sido y es fruto de la lucha insurreccional de los pueblos contra sus opresores". Conste, sin embargo, a su favor, que a pesar de lo tirado de las mechas que nos pueda parecer una declaración como ésa de boca de un senador de la República, al final de cuentas la historia le terminó dando la razón en un punto: la violencia y no el hemiciclo resolvió el conflicto. Ocurrirá lo mismo, años después del golpe militar, cuando el mismísimo Altamirano -el "pije guerrillero", el eterno malo de la película para momios y revolucionarios- vuelva a torcerle el pescuezo a la historia como si fuera a sacarle el foie gras al ganso, esta vez en el seno del socialismo en exilio. Abandona las regalías que le brindaban Honecker y la RDA, se va a París, inicia y lidera un nuevo proceso de conversión hacia posturas, esta vez de corte socialdemócrata, traición imperdonable para todo comunista y socialista ortodoxo a ultranza todavía convencido de que a Pinochet se le podía tumbar a punta de balas. Sin embargo, mirado desde otro ángulo, renovación clave la suya y la de sus seguidores que eventualmente saldará las diferencias con la DC y dará paso a lo que hoy conocemos como la Concertación de los Partidos por la Democracia. Demasiado outsider ¿Es que no ha tenido, entonces, algo de razón después de todo, el ciudadano Altamirano como para haberse tenido que ir a su casa, enclaustrarse, y "cultivar su jardín"? Como siempre con él, pregunta nada de fácil de responder. El personaje es incómodo. Los gobiernos de la Concertación no habrían sabido qué hacer con él. No lo veo dándole la mano a Pinochet, ni tampoco quedándose callado frente a la sonrisa beatífica de Aylwin, o dejando de hacer algún comentario despectivo respecto a Frei hijo. Su manera de pensarlo y repensarlo todo, una y otra vez, habría sacado de quicio a más de algún "aparatchik" del Segundo Piso, como al parecer ocurrió con los alemanes en su momento. No, Altamirano es demasiado esteta y orgulloso -pintiparado habrían dicho sus tías viejas- para una transición tan mediocrática y poco estética como la que nos ha tocado. Él pertenece a una fauna rara vez política, que se ha dado mucho en nuestros círculos tradicionales: la del rebelde contestatario de la clase dirigente, cansado de tanto mes de María, partida de bridge en el Club de Golf o matrimonio bien constituido en Nuestra Señora de los Ángeles. Parecido en eso a Joaquín Edwards Bello, Vicente Huidobro, Roberto Matta o, incluso, Miguel Serrano. Gente que pudiendo hacer el salto alto fuera del Valle Central, prefirió el gran mundo; en el caso particular de Altamirano codeándose con Ho Chi Minh, Willy Brandt, Mao, Zhou Enlai, Mitterrand, Breznev, Felipe González, Castro y el Che. No, Altamirano es demasiado "snob" (un rasgo muy de su clase por lo demás) como para tener que preocuparse de otros temas que no sean, hoy por hoy, el calentamiento global, Fukuyama y el fin de la historia, el surgimiento de China como potencia; en fin, hace rato que a Altamirano le quedó chico el país. Rasgo, este último, también muy del mundo tradicional exquisito que salió de Chile en su momento, y debió volver, cuando colapsó el salitre para ser exacto. El desprecio por la historia ¿Cruel destino para una frivolidad que bien lo merecía? Para nada. Sin los Altamiranos nuestra historia política sería aún más provinciana de lo que es y ha sido. El hombre es, además, muy antena parada. Ya dos veces, bien o mal, ha sido clave en dirigir y poner a tono, conforme a patrones internacionales, la política nacional. Si hoy está diciendo cosas críticas de la Concertación -que estamos desfasados en nuestra manera de gobernar con lo que ocurre en otras partes del mundo, que en el gobierno prefieren la Coca Cola y los McDonald´s a las empanadas y el vino tinto- por algo será, por algo lo dice. Se las dice a camaradas, además, que gustan catar vinos, tomar té verde y en la sobremesa referirse al calentamiento global. Por eso, pienso, que seguirá dando que hablar. Hay un punto que a mí me complica sobremanera con Altamirano: su desprecio por la historia. En su momento tiró al tacho la tradición republicana liberal para fomentar una revolución que la han terminado aprovechando otros. Le encantan los "grandes temas actuales", pero tiene una deuda pendiente: contarnos los grandes y pequeños aciertos y desaciertos en que le tocó participar. Espero que sus memorias "conversadas" con Gabriel Salazar se remitan al punto. Marx decía que los hombres hacen la historia pero no saben la historia que hacen. Que lo desmientan. No vaya a ser o si no que Marx esté en lo correcto, y de nada sirva la política. |
30 junio, 2007
Los eternos ires y venires de Carlos Altamirano
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario