17 octubre, 2007

El capitalismo de desastre [Naomí Klein]

Actualizado 3:00 A.M. (hora local)

  La Habana, miércoles 17 de octubre de 2007. Año 11 / Número 287

Periódico Granma
MANUEL E. YEPE

Naomí Klein, la escritora y periodista canadiense cuyos trabajos críticos sobre la globalización neoliberal han concitado tanta atención, adhesiones y rechazos por la crudeza con que ha denunciado la promoción de la cultura consumista que hacen las corporaciones transnacionales, acaba de publicar un libro titulado The Shock Doctrine (La doctrina del choque), en el que advierte acerca de lo que califica como "el alza del capitalismo de desastre".

La agresión destruyó Iraq y abrió las puertas a las corporaciones vinculadas a la Casa Blanca.

En esencia, la Klein parte de la existencia de una escuela de pensamiento en el capitalismo según la cual el libre mercado y la democracia se dan la mano para hacer a los pueblos libres y prósperos. Esta escuela ––dice–– ha triunfado en el mundo, no porque los pueblos, de buena gana, hayan asumido las bondades del mercado, sino porque las reglas de juego de esa ideología les han sido impuestas en forma de políticas liberales de mercado, especialmente en momentos de desastres provocados o aprovechados como pretexto para ello.

Ella sostiene que la tortura es la lógica subyacente de la doctrina del choque y describe como aterradores capítulos en la historia del capitalismo acontecimientos como el derrocamiento del presidente Salvador Allende en Chile en 1973, el bombardeo de Bagdad en el 2003 y los episodios recientes de aplicación de torturas a prisioneros que compara con el "tratamiento de choque" económico por el que abogó Milton Friedman, el economista más reconocido de la Escuela de Chicago y uno de los ideólogos fundamentalistas más destacados de Estados Unidos.

En realidad —precisa la escritora— estas políticas no han funcionado en el sentido para el cual se les supone dispuestas, pero sí han enriquecido a quienes las han introducido.

Klein (nacida en Montreal en 1970), quien considera que la violencia es inherente al capitalismo "que la ha practicado sistemáticamente a lo largo de cientos de años", asegura que en el seno de este orden socioeconómico se libra hoy lo que califica de una batalla de ideas entre el keynesianismo, partidario de una economía "mixta" —que es la que impera en su país—, regida por el mercado y regulada por el gobierno, de una parte, y la corriente capitalista fundamentalista, que objeta toda intervención del Estado en la economía —que es la que ya reina en Estados Unidos y amenaza extenderse por toda Norteamérica y el mundo.

Para los fundamentalistas, las naciones impactadas por desastres y en estado de choque por esa causa, se convierten en espacios dúctiles sobre los que resulta factible ejercer influencia política. Milton Friedman —por ejemplo— sostiene que solo las crisis —reales o percibidas— son capaces de producir cambios efectivos en el campo de las ideas.

Los tanques pensantes de esta corriente política desarrollan su trabajo a partir de este concepto y, por ello, se proyectan de manera que, al momento de sobrevenir las crisis, las ideas a inyectar estén ya estructuradas debidamente y preparadas para ser llevadas al escenario en el que serán asimiladas por las masas.

El huracán Katrina provocó muerte y desolación, pero trajo "oportunidades de negocios".

Hace más de dos años, el 15 de abril del 2005, Naomi Klein había denunciado en un artículo que el presidente George W. Bush había dado un salto hacia la implementación de su doctrina de la guerra preventiva al crear, en agosto del 2004, la Oficina del Coordinador para la Reconstrucción y Estabilización, con el ex embajador estadounidense en Ucrania Carlos Pascual a su cabeza, cuyo mandato sería el de elaborar los planes "post conflictos" para aproximadamente 25 países que no estaban "aún" envueltos en estos.

Según declaró entonces el señor Pascual, cubano de nacimiento y estrechamente vinculado a los grupos de extrema derecha de Florida, la oficina es capaz de coordinar simultáneamente tres operaciones de reconstrucción a máxima escala en tres países diferentes, cada una de ellas con una duración de cinco a siete años.

De esa manera, el gobierno comenzó a disponer, para su política de sistemática destrucción preventiva, de un dispositivo de reconstrucción preventiva igualmente permanente.

Cualquiera que sea la valoración que se haga de la teoría que plantea la señora Klein para explicar de qué manera desastres naturales o provocados han servido de escenarios para la implantación de las ideas globalizantes neoliberales, uno no puede sustraerse a la constatación del hecho de que calamidades como los actos terroristas del 11 de septiembre del 2001, la guerra contra Iraq, la pandemia de la crisis aviar y la devastación de la ciudad de Nueva Orleans por el huracán Katrina han devenido "oportunidades de negocios" para las corporaciones transnacionales que parecen insertarse exactamente en la hipótesis.

Los inexplicados desastres del 11 de septiembre en Nueva York, sean ellos obra de alguna fuerza maléfica o autoinfringidos, sirvieron como anillo al dedo a los planes elaborados poco antes por el grupo neoconservador estructurado en el Proyecto para el Nuevo Siglo Estadounidense (PNAC), organización unilateralista fundada en 1997 como nexo entre neoconservadores, la derecha cristiana y los nacionalistas en las vísperas de las elecciones del 2000 que llevaron a la presidencia, por vez primera, a George W. Bush.

Nueve días después del atentado terrorista que dejó 3 000 muertos en Nueva York y Washington el 11 de septiembre del 2001, una carta del PNAC, firmada por el académico Francis Fukuyama, autor del ensayo de 1992 El fin de la historia y el último hombre —en el que proclamó la inevitabilidad histórica de la democracia liberal en el mundo tras la guerra fría— exhortaba al presidente George W. Bush a acabar con el régimen de Saddam Hussein "aun si la evidencia no vincula a Iraq directamente con el ataque."

Y es evidente que la "reconstrucción de Iraq" ha inyectado en la economía de entidades transnacionales miles de millones de dólares. Aunque se atribuye a Halliburton el carácter de principal beneficiario de la guerra, existen otras corporaciones con sustancial participación en el reparto del pastel. Están Chevron, ExxonMobil y los demás petroleros; el gigante de la construcción y la ingeniería Betchel; los Servicios de Defensa Aegis y los proveedores de seguridad a los oleoductos Nour USA Ltda.; los grandes contratistas de defensa General Dynamics; CACI, Titan y los demás suministradores de mercenarios, y varios más.

En cuanto a los desastres provocados por el ciclón Katrina, la indolencia oficial, que ha dilatado enormemente la llegada de la ayuda, ha sido suficientemente extensa como para garantizar que una parte sustantiva de los pobladores negros de bajos ingresos de Nueva Orleans encontraran otros lugares a donde ubicarse. De tal manera, la "ayuda a la reconstrucción" de la ciudad la ha convertido en un gran laboratorio de "experimentación social", con diversos proyectos de desarrollo urbano, educacional, comercial y de todo tipo para una población de altos ingresos y consumo, distinta a la que fue desplazada.

La doctrina de choque muestra otra ignominiosa arista de un orden social que se presenta cada vez más contradictorio con la naturaleza y con los humanos.

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