La irrupción de Google representa un desafío, dice la filósofa en Googléame (Fondo de Cultura Económica-Biblioteca Nacional), del que ofrecemos un anticipo. Además replantea las nociones de arte y conocimiento a la luz de los cambios
Por Bárbara Cassin
No hay que confundir -aunque el mismo Google nos incite- Google con Internet.
Google es una sociedad privada de derecho estadounidense, fundada en 1998 y que cotiza en Bolsa desde 2004. Es la marca de un motor de búsqueda de excepcional rendimiento, inventado hacia 1995-1996 por Sergey Brin y Larry Page, dos jóvenes estudiantes de doctorado en la Universidad de Stanford. Ese motor de búsqueda está basado en un algoritmo, llamado PageRank (porque atribuye un rango a las páginas web, pero quizá también porque Page fue su principal artesano, y el humor forma parte de la cultura de la firma). Ese algoritmo -cosa que no es suficientemente sabida- es propiedad de la Universidad de Stanford, que lo confirió bajo la licencia exclusiva de Google, pero solo hasta 2011. Sin duda, esta información es una clave de la evolución de Google: desde 2003, es menos un motor de búsqueda que una plataforma de aplicaciones, que incesantemente ofrece nuevos servicios cada vez más asombrosos.
Por lo que a Internet respecta, es la red mundial que permite interconectar el mundo entero. Google permite, no acceder, porque no es un portal de acceso, pero sí, una vez que uno está conectado, efectuar búsquedas -que es su vocación primordial-, y utilizarlo.
La focalización sobre Google es inevitable desde la intervención de Jean-Nöel Jeanneney, Quand Google défie l Europe ["Cuando Google desafía a Europa"]: con Google Print y la voluntad ostentada de digitalizar todos los libros de todas las bibliotecas del mundo, comenzando por cinco anglosajonas de buena voluntad, hete aquí que Google la emprende con "nosotros", europeos de la cultura. Pero deja abierta la cuestión de saber si Google es la excepción de un éxito tan afortunado que en adelante es inigualable, o bien la regla, el modelo imitado por sus competidores y que, por otra parte, imita a sus competidores tomándoles ideas y hombres. Después de todo, Google no es más que uno de los big four , con Microsoft, Yahoo! y AOL, todos estadounidenses, y como promedio, compra tras compra, acuerdo tras acuerdo, proceso tras proceso, cada vez más proponen todos el mismo programa y los mismos servicios.
El "mejor" motor de búsqueda
Sin embargo, Google se posiciona como el mejor.
Las dos cualidades eminentes que presenta como distintivas corresponden a sus dos frases clave: la organización y la buena voluntad.
Google se caracteriza por un algoritmo secreto, como un secreto de fábrica, que le permite organizar "mejor" los resultados, y por lo tanto responder mejor a la demanda. Las características de este algoritmo son conocidas, exhibidas, aunque el algoritmo en sus variantes sea un secreto. Son, dice Google, "democráticas", y permiten sostener su misión de universalidad. Por supuesto, habrá que preguntarse en qué Google es democrático, y de qué democracia se trata.
Google es el "mejor" también en que quiere el bien y en que su buena voluntad hace de esta firma un ser moral. Esta voluntad buena está relacionada con su segunda singularidad: la de separar los resultados "puros" de la búsqueda y las publicidades. No permitir, como lo hace por ejemplo Yahoo!, que se tergiverse el rango de un resultado de búsqueda por el dinero de un anunciante, sino deslindar siempre claramente la búsqueda de la publicidad, los enlaces generados por el algoritmo de los enlaces generados por los patrocinadores. En ocasiones, Google llama a esto la "separación de la Iglesia y del Estado", integridad de Jesús/venalidad del César (a menos que sea a la inversa). Este desinterés también habrá que examinarlo de cerca.
Las estrategias de respuesta
Sea como fuere, por lo menos hay lugar para dos tipos de respuesta o réplicas al "desafío" Google, no excluyentes una de la otra:
a) una respuesta estratégica-reactiva [...]: se necesita un motor para Europa que no dependa de otra parte (y ¡cómo soportar la dependencia de una "Renuncia de garantías" tal como lo estipula Google!), que sea diferente de Google, allos ;
b) una respuesta inventiva-activa: hay que hacer las cosas de otra manera, partiendo de lo que Google enfoca pero no tiene/no es (todavía), y de lo que nosotros queremos pero Google no puede darnos, que sea diferente de Google, heteros .
Una vez más, varios escenarios son posibles. Nada impide imaginar una independencia a partir de una competencia, que nos haría depender de varios en otras cosas, como se depende de varias fuentes de aprovisionamiento en petróleo, gas o energía (India, Japón, China tienen o tendrán su propio motor de búsqueda competitivo). Nada impide imaginar también compartir los datos, incluso por supuesto con Google, una suerte de potlatch mundial de datos free on-line para todos los hombres de buena voluntad, pero cada vez con valores agregados de otro tipo, según otros "valores" justamente añadibles, locales, hasta parcelarios, múltiples.
La política y la estrategia se "nos" escapan, no sin dar lugar a dos impresiones simultáneas: la de estar en un momento en que todo es posible, incluso influir/influenciar a partir de ninguna parte, justo ahí donde estamos (a tal punto son cuestionadas las referencias que toda iniciativa parece tener su lugar); y después aquella de que todo se juega sin "nosotros", que la técnica es performativa de nosotros, ella es la que decide acerca de lo posible, lo actual del futuro, antes de que nos hayamos dado cuenta.
El umbral de incompetencia del fulano evidentemente se ha alcanzado; ese es el motivo, por otra parte, de que la sociedad esté en busca de sentido común.
Información, conocimiento y cultura
¿Qué es un mundo donde no hay más que información, donde el conocimiento y la cultura no son captados sino en el modo de la información? No es evidente hacer equivaler los tres términos. Google utiliza y hace utilizar esa equivalencia como evidente: " Is your goal to have the entire world s knowledege connected directly to our minds? ", "¿Su objetivo es hacer que todo el saber del mundo esté conectado directamente a nuestras mentes?", pregunta Playboy a Brin. Respuesta: "Acercarse a eso lo más posible".
[ ] El conocimiento supone su difusión, y por eso se lo puede reducir o confundirlo con la información. El objetivo es bueno: no dejar a nadie rezagado, obrar contra la fractura digital. La práctica es grave: confundir, bajo el título knowledge , información y cultura. O, si se prefiere, confundir curiosidad y asombro, ese thauma [asombro] que Aristóteles designaba como causa del hecho de que todos los hombres desean naturalmente saber, en la fuente del amor al saber que es la filosofía.
Muy significativo es el excelente artículo, informado y equilibrado, de Jean-Michel Salaün sobre "Bibliotecas digitales y Google Print". ...l observa:
Al tiempo que señala la paradoja -el operador privado colecciona sin exclusiva, mientras que el ordenador público se propone seleccionar- no cuestiona el concepto de "información" aplicado a la biblioteca. A partir de entonces, la cultura no será otra cosa que una información bien organizada y cuya confiabilidad está garantizada.
Otro modelo: la obra
La cultura, ¿una información confiable? Habría que rechazar tal definición.
"De alguna manera, toda discusión sobre la cultura debe tomar como punto de partida el fenómeno del arte", dice Hannah Arendt, y aquí propone una manera muy diferente de encarar la cultura. Un objeto, dice, es cultural en función de su permanencia y de su modo de aparición ("con el único objetivo de aparecer"). Por eso no da la razón ni al que ella llama el "filisteo cultivado" ni a la industria de los esparcimientos: el primero evalúa-devalúa "las cosas culturales como mercancías sociales", la segunda "consume", vale decir, ingiere, digiere y las hace desaparecer como cosas. El riesgo es que todos nos reconocemos, evidentemente, tanto en uno como en el otro: es incluso eso, la "crisis de la cultura", lo que hace que Arendt suene gruñona a nuestras orejas googleadas.
No obstante, me gustaría proseguir un instante el análisis con ella. En cuanto al filisteo, "el fastidio no es que él [lea] los clásicos, sino que lo [haga] llevado por un motivo secundario de perfección personal". Arendt es muy radical: "Puede ser útil, tan legítimo mirar un cuadro con el objeto de perfeccionar su conocimiento de un período determinado como es útil y legítimo utilizar una pintura para tapar un agujero en la pared". Esto por lo que respecta a la relación entre cultura y conocimiento (por lo menos cierto tipo de conocimiento). El filisteo cultivado, usted y yo, ciertamente hoy es un adepto de Google. Google, y su modelo académico, desde ese punto de vista resultan pertenecer al pasado de Europa, ¡a un siglo XIX irresistiblemente pasado de moda!
En cuanto a la sociedad de masas, ella consume. Mientras no consuma lo que crea, todo va bien: "No podemos ya reprocharle el carácter perecedero de sus artículos como a una panadería cuyos productos, para no perderse, deben consumirse apenas se hacen"; por esta razón, los esparcimientos amenazan menos la cultura que las "chucherías educativas". Pero "la cultura de masas aparece cuando la sociedad de masas se apodera de los objetos culturales, y su peligro es que el proceso vital de la sociedad [ ] consumirá literalmente los objetos culturales, los tragará y los destruirá".
Arendt trata de distinguir entre sociedad de masas y "difusión masiva":
No obstante, ella bien debe terminar por reconocer que la cultura de masas, hablando con propiedad, no existe:
Me parece muy interesante comprender por qué su posición es hoy, literalmente, insostenible. Por un lado, ¿cómo sostener que la "reproducción", por ejemplo de un cuadro, o de un libro en la Web, no "aqueja" la naturaleza de la obra? ¿No se trata entonces de otra obra, de otro tipo de obra, hasta de otra cosa que de una obra? Pero, por otro lado, ¿cómo sería uno tan políticamente incorrecto al punto de estar, lisa y llanamente, contra la difusión masiva? En consecuencia, se encuentra en un círculo vicioso, pero ve y dice lo esencial: que la cultura no se caracteriza ni por el conocimiento ni por la información, sino por las obras y el gusto. Todo vuelve finalmente a la cuestión de la "lección": "Una persona cultivada debería ser alguien que sabe escoger a sus compañeros entre los hombres, las cosas, los pensamientos, tanto del presente como del pasado". "¿Sería que el gusto forma parte de las facultades políticas?"
Puede sostenerse que el modelo de la obra y del autor se encuentra modificado con la cibercultura, y que de una vez por todas es anticuado, como en el arte. Aunque yo no comparta esta opinión -ya que creo más en lo intempestivo que en lo caduco-, es manifiesto que, para que la "cibercultura" tenga un sentido, no basta con pensar de otro modo al autor, como "colectivo" o como anónimo, ni al espectador como participante interactivo y cuasi autor; también es preciso, y por eso mismo, pensar de otro modo la obra. Sin embargo, yo no veo que pensarla como información baste: mucho mejor es pensarla como performance . Enérgeia [acto]más que ergon [acción], puesta en obra más que obra consumada, encontramos así (y es una prueba contra la caducidad) aquello que Humboldt dice de esta obra colectiva por excelencia que es una lengua.
[Traducción de Víctor Goldstein]
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