MANUEL E. YEPE (*)Comparar al proyecto revolucionario cubano con otros procesos sociopolíticos de izquierda se ha convertido en los últimos tiempos en un pasatiempo nada ingenuo para promover, en el campo de las ideas, la desconfianza y la desunión en fuerzas progresistas a escalas continental y mundial.
Los procesos revolucionarios coinciden en metas y
anhelos, aunque transitan
por caminos propios.
Como ya el peso de los acontecimientos ha descalificado diatribas tales como la condición satelital de Cuba, el aislamiento de la isla, el incosteable apoyo a otras revoluciones, la muerte del marxismo, la inviabilidad del socialismo y más recientemente la dependencia del proceso político cubano de un caudillo, la reacción ha puesto de moda las comparaciones con otras revoluciones.
El hecho de que una nación socialista, China, haya sido capaz de situarse en un cimero lugar mundial por su sostenido ritmo de desarrollo económico, tecnológico y científico a partir de las concepciones socialistas que lo han hecho posible, parece haber despertado la tendencia a destacar las diferencias de nuestro proceso con el de la gran nación asiática.
El ascenso de China al papel de motor del desarrollo global no deja margen para augurios de triste futuro para el proyecto revolucionario cubano argumentando la similitud de sus objetivos con los de la China socialista, como cuando esta era vilipendiada por la propaganda del imperio como un país fracasado, de tecnología atrasada, con un pueblo hambreado, descontento y sin esperanzas.
El mérito de haber sacado a China de la trágica condición de país subdesarrollado, corresponde por entero a su pueblo y a la sapiencia de sus dirigentes comunistas que supieron movilizarlo y guiarlo, con más aciertos que errores, en su lucha contra el atraso feudal y las incoherencias del orden burgués, tomando en consideración las peculiaridades históricas, geopolíticas, sociales, culturales, y económicas de ese país, el más poblado del mundo.
En Cuba, tuvieron lugar un proceso cognoscitivo y un accionar político con características similares, pero en escenarios muy diferentes, lo que trajo como consecuencia que ambos sistemas, enrumbados por igual al socialismo y encabezados por dirigencias marxista-leninistas, tengan muchas similitudes y también peculiaridades bien distintas.
Uno y otro procesos se encuadran en un mismo momento de la historia, en el que la humanidad asume el reto de pasar a una etapa nueva de su desarrollo, luego que el capitalismo, habiendo perdido su carácter progresista de los tiempos de las revoluciones industriales, ha llevado al mundo a un caos de asimetrías, injusticias, iniquidades, violencia y destrucción de su hábitat.
Como cada país parte de situaciones diferentes, las soluciones y los medios para el logro de los objetivos tienen que ser distintos, con algunas identidades evidentes en lo que toca al carácter endógeno de los procesos y la prioridad de los objetivos sociales.
China, por ejemplo, ha implantado la "economía de mercado socialista" y se sirve de los resortes del mercado y algunos mecanismos característicos del capitalismo incipiente con mucha mayor amplitud que Cuba, entre muchas otras razones, porque las peculiaridades del desarrollo de la sociedad burguesa en uno y otro país eran bien diferentes al momento de iniciarse los cambios revolucionarios.
En la Isla, la presencia de empresas norteamericanas había introducido elementos de socialización de la producción, el comercio y los servicios propios del capitalismo más avanzado de la época, lo que permitió obviar, no sin dificultades e insuficiencias, etapas del desarrollo de las relaciones de producción del capitalismo elemental hacia las preheight=1200socialistas. China, por su gran extensión y potencialidades, así como por la prioridad que concedió a su desarrollo macroeconómico dado su carácter de gran potencia retrasada tecnológica y económicamente, hubo de encarar de manera diferente el asunto y optó por el aprovechamiento de las relaciones mercantiles a nivel de la base, de una manera más amplia.
De manera similar, pero también distinta, Viet Nam, donde el capitalismo salvaje coexistió brevemente con una sociedad de economía muy primitiva y afectada en su desarrollo por continuas agresiones contra su independencia nacional, debió enfrentar la descomunal tarea de reconstruir su país con su recurso más importante: la laboriosidad de un pueblo extraordinario.
Luego de vencer en cruenta guerra a la potencia más rica, poderosa y agresiva que la humanidad ha conocido, sin recursos financieros propios para cualquier otra opción, Viet Nam optó por el máximo aprovechamiento de las relaciones mercantiles en todas sus manifestaciones que le permitieran un desarrollo efectivo hacia sus propósitos socialistas.
La reciente tendencia hacia la izquierda que se advierte en América Latina, ha convertido en regla lo que hace apenas unos años era inimaginable: la llegada al poder mediante elecciones de gobernantes populares que no son impuestos, apoyados o tienen el visto bueno del gobierno de Estados Unidos, y que se oponen a una política económica del neoliberalismo impuesta por la superpotencia. Este hecho carece de antecedentes en la región.
Obviamente, cada uno de los nuevos gobernantes electos por sus pueblos tiene su propia agenda, ya que generalmente no han sido promovidos por partidos políticos tradicionales cuyos programas y, sobre todo, los métodos de ejecutarlos, responden a reglas dictadas por los intereses de las oligarquías y el imperio que han construido el andamiaje de los sistemas electorales a su imagen y semejanza.
Las agendas de los nuevos dirigentes populares tienen muchas cosas en común entre sí. Y también muchas y muy notables diferencias.
Son similares los objetivos de reafirmación de la identidad nacional y la defensa de la soberanía, así como los encaminados a promover la justicia social. Las diferencias pueden ser pequeñas o infinitas, porque derivan de disímiles factores. Pueden diferir también en cuanto a la capacidad de resistir presiones y tentaciones.
Hace muchos años que las oligarquías latinoamericanas se han valido de la gigantesca campaña de propaganda y mentiras que durante casi medio siglo ha llevado a cabo la superpotencia estadounidense contra la Revolución cubana, a escala mundial, para atacar cualquier aspiración popular o cualquier medida patriótica que proponga o ejecute un gobierno de la región, acusándola de ser "idéntica" a las de Cuba, porque temen a una unidad participativa del pueblo como la nuestra.
Ha sido práctica sistemática que, a cualquiera de los proyectos revolucionarios por la independencia y la justicia social que surgen en el continente, los poderosos recursos mediáticos de las oligarquías y el imperio les atribuyan similitudes con el modelo cubano, nutriéndose de los esquemas que durante años esos mismos medios han logrado implantar.
No obstante, el modelo cubano, representado en su líder, Fidel Castro, lejos de perder simpatías entre las masas humildes del continente, las ha mantenido y reproducido en las nuevas generaciones latinoamericanas que lo tienen como bandera de lucha por sus reivindicaciones.
El proyecto revolucionario cubano llegó a ser poder por efecto de una revolución popular armada y los nuevos gobernantes populares en América Latina arriban a él como resultado de elecciones. Ello determina que los escenarios para ejecutar los cambios revolucionarios sean muy variables.
Comoquiera que los gobiernos populares que ahora están surgiendo a partir de procesos institucionalizados cuentan con programas que van desde bien estructurados proyectos revolucionarios autóctonos hasta plataformas nacionalistas articuladas con empeños de honestidad administrativa, la identificación de los factores conducentes a la unidad ha de transcurrir por un proceso que no puede violentarse.
Pero de eso se sirven las campañas de la reacción para comparar situaciones con el ánimo de confundir.
A Cuba le recomiendan instaurar o extender el uso de elementos de la economía de mercado, incluso la privatización, para solucionar cualquier problema de la economía, a la manera de otros países que viven jóvenes procesos revolucionarios a los que a su vez denigran por aplicar soluciones "a la cubana".
El momento de afirmación de la soberanía de las naciones de nuestra América Latina que hoy vivimos, se inserta en un devenir regido por leyes del desarrollo social, pero necesariamente ha de encontrar raíces autóctonas en cada una de nuestras patrias. Será más universal y auténtico en la medida en que asuma características propias en cada nación.
Las experiencias de cada uno deben hacerse comunes para impedir errores evitables, mas nunca han de actuar modelos preestablecidos como camisas de fuerza. -
*Manuel E. Yepe Menéndez es abogado, economista y politólogo. Se desempeña como Profesor en el Instituto Superior de Relaciones Internacionales de La Habana. Fue Embajador de Cuba y Director General de la Agencia Latinoamericana de Noticias Prensa Latina.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario