De Estados Unidos han llegado las semanas recientes muchas malas noticias, suficientes para acabar con el optimismo de que hicieron gala el licenciado Calderón y sus servidores cercanos al insistir el año anterior, y parte de éste, en que estábamos vacunados contra cualquier variación negativa de la economía del poderoso vecino. Quizás porque somos la raza de bronce, la muralla anticrisis era infranqueable. El optimismo se disipa y ahora nos hablan los funcionarios de que se tomarán las medidas necesarias para amainar el efecto de la crisis de nuestro principal socio comercial. Mientras se conocen esas medidas, se informa de las pérdidas que registran instituciones emblema en el campo financiero mundial, como Citigroup y Merril Lynch. Otros bancos aumentan sus pérdidas (suman ya 100 mil millones de dólares) por la crisis hipotecaria del sector vivienda y los débitos de las tarjetas de crédito. Como allá los bancos no son "rescatados" con dinero público, el pesimismo invade los mercados y dificulta las transacciones para financiar proyectos de construcción y nuevas fábricas que ocupen mano de obra. Además, cae la bolsa y se lleva en unas cuantas sesiones lo que ganó en un año. Por su parte, la inflación tuvo en 2007 el alza más pronunciada de las últimas cuatro décadas: la gasolina aumentó 30 por ciento, el gasoil 32 por ciento y los productos lácteos 14 por ciento. El euro sigue sepultando al dólar. Todo apunta a una recesión que afectará aun a países que crecen aceleradamente como son China e India, al reducir sus exportaciones y tener menor dinamismo su papel de grandes maquiladores del mundo.
No hay analista político que niegue el inmenso daño hecho por la administración del señor Bush al prestigio de Estados Unidos: no sólo por la erosión de los derechos civiles de sus ciudadanos, sino por la invasión a Irak y Afganistán, los torturados en Abu Ghraib y los detenidos en Guantánamo. En vez de unir al mundo para combatir el terrorismo, aleja aliados y suma enemigos que actúan en la oscuridad.
Ahora se revela que la legislación fiscal de Bush hace más ricos a los que todo tienen, pues les redujo las tasas impositivas mientras que la clase media y los obreros calificados pagan más que antes, como en México. La deuda nacional cuando deje la presidencia habrá crecido 70 por ciento. Especialmente la hipotecaria, fruto de las facilidades para adquirir a crédito con intereses reducidos bienes y servicios. Cuando subieron los intereses, vino la debacle social y económica y perdieron su vivienda 2 millones de familias. Según las estadísticas, la economía era pujante, próspera, pero endeble y con un déficit comercial de 850 billones de dólares. Los precios del petróleo son los más altos de la historia, pero eso no basta con un dólar débil.
Estados Unidos no se preparó para enfrentar el futuro: su formación de recursos en ciencia y tecnología no va al ritmo requerido. No cuenta con el personal calificado para competir con India y China, las nuevas potencias tecnológicas. Bush anuncia el cambio del modelo energético basado en el carbón y el petróleo, pero el país depende más de ambos.
En lo económico, Bush prometió abundancia, ganancias elevadas para el capital, mayor inversión en infraestructura y conservación de la energía, a la par que un papel decisivo en el campo internacional. Nada de eso ha ocurrido y el mejor ejemplo fueron la tragedia de Nueva Orleáns y los puentes caídos en Minneápolis por falta de previsión. Dijo que mejoraría el nivel de vida de los que menos tienen y aumentaría el empleo. Tampoco fue así: crece la desocupación y el ingreso de los pobres se redujo como no se veía en 70 años. La gente pobre aumentó durante esta administración en casi 6 millones. Creció tanto la diferencia entre pobres y ricos que ya se asemeja a la que tienen Brasil y México, ejemplos de injusticia.
El viernes pasado, Bush anunció algunas medidas para frenar la crisis. Los expertos le respondieron que eran insuficientes y tardías. La economía la manejaron tan mal que salir del bache será más difícil que cuando su país encaró la gran recesión de hace casi 80 años. Entre tanto, en México la población comienza a darse cuenta de que el verdadero peligro para México es otro.
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