14 mayo, 2007

Franssen: EE.UU. en la trastienda del terrorismo internacional

 Actualizado 1:15 A.M. (hora local)

  La Habana, lunes 14 de mayo de 2007. Año 11 / Número 134

Periódico Granma

ENRIQUE ROMÁN

Aún no se había disipado la gran nube de polvo que cubría las ruinas de las Torres Gemelas, tras los atentados terroristas del 11 de septiembre, cuando otra densa bruma se formaba alrededor del origen y el desarrollo de estos acontecimientos.

Peter Franssen.

Las razones para ir más allá de la explicación oficial eran obvias: los criminales sucesos habían dado la señal para que, tras levantar su decaída presidencia, George W. Bush avanzara a todo vapor con la política expansionista y agresiva que su cohorte neoconservadora venía proponiendo desde varios años atrás.

En un mundo político donde las casualidades son escasas, otro razonamiento motivaba un fuerte escepticismo: los servicios de inteligencia que se habían enfrentado durante la guerra fría, pocos años atrás, a homólogos avezados y poderosos, no habían sido capaces de prevenir una operación como ésta, artesanal en algunos momentos de su organización y preparada en su propio territorio.

Peter Franssen, conocido periodista de publicaciones belgas y holandesas, es uno de los ya muchos investigadores que se lanzaron a la búsqueda de la otra verdad, la que se ocultaba en la trastienda de las versiones oficiales de la administración Bush.

Sus hallazgos, publicados en Cuba por la editorial Ciencias Sociales —11 de septiembre: de cómo los terroristas se salieron con la suya—, abren un margen amplio y bien fundamentado para la sospecha. En sus primeras páginas, Franssen nos informa de los más de una decena de avisos, informaciones, hechos circunstanciales, mensajes de servicios amigos, que durante meses recibieron tanto la CIA como el FBI sobre la posibilidad e incluso la inminencia de un ataque como el que se produjo, en algunos casos con una sorprendente precisión. Todos fueron desatendidos; muchos hubieran permitido frustrar la acción.

De su investigación no escapan tampoco las fuerzas armadas estadounidenses. Franssen escudriña en lo ocurrido el propio 11 de septiembre y denuncia, con detalle de horas y minutos, los prolongados e inexplicables tiempos de reacción de la fuerza aérea y sus mecanismos de respuesta rápida.

Otros elementos, insuficientemente conocidos, lo mantienen en la senda de la sospecha y añaden evidencias al carácter inescrupuloso de la política exterior de Estados Unidos. La vieja conexión entre Bin Laden y la CIA tiene su origen mismo en la decisión norteamericana de utilizar la guerra de Afganistán en los años 80 para desgastar a la URSS. El propio Zbigniew Brzezinski confiesa que desde 1979 se aprobó una instrucción que involucraba a Estados Unidos en aquella guerra. "No obligamos a los rusos a intervenir, pero aumentamos conscientemente las posibilidades de una intervención (soviética en el conflicto)".

Pero era solo el comienzo. A lo largo de toda aquella contienda, la CIA coordinó con grupos extremistas islámicos y financió su acción insurgente contra el ejército soviético y el gobierno de Kabul. Uno de los principales asociados en aquel instante —asociación descrita con lujo de información por Franssen— fue Osama Bin Laden, cuya jihad antisoviética gozó de respaldo estadounidense. El entrelazado Bin Laden-CIA no fue sino parte de otra trama mayor, que unió a los servicios de inteligencia estadounidenses con nu-merosos grupos fundamentalistas, con las miras puestas no solo en Afganistán, sino en las antiguas repúblicas soviéticas de Asia Central.

Franssen sigue así una larga pista sobre la alianza estadounidense con el terrorismo, que lo conduce al propio Afganistán de los años 90, a la guerra de Chechenia, y a otros escenarios geográficos e históricos.

Y en un capítulo esencial, "El terror como estrategia de los Estados Unidos", su exploración sobre el empleo de estos métodos por el imperialismo, llega hasta la historia de uso sistemático del terrorismo contra la Revolución cubana, y a los paradigmas de escandalosa hipocresía y doble discurso que constituyen los casos de Orlando Bosch y Luis Posada Carriles.

A partir de la copiosa información de Franssen, el lector extraerá sus propias conclusiones sobre los acontecimientos del 11 de septiembre. Solo la historia despejará definitivamente la bruma que aún se cierne sobre sus reales orígenes y consecuencias, y que se extiende a otros hechos capitales, como el asesinato de Kennedy.

Pero este libro quedará, sobre todo, como un nuevo, duro y documentado aporte, de gran utilidad para el debate político, para el conocimiento de la inescrupulosa y veterana conexión entre la política exterior de Estados Unidos y el terrorismo internacional.

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