La Habana, 29 dic (PL) Evocar los dramáticos acontecimientos del primer día de 1959 muestra que la firmeza de Fidel Castro frustró el último esfuerzo de Estados Unidos por impedir el triunfo revolucionario en Cuba.
El avance de los guerrilleros de la Sierra Maestra los había colocado a las puertas de Santiago de Cuba, la segunda ciudad en importancia del país y sede también de la segunda fortaleza militar.
La guerra llevada al centro de la nación por orden de Fidel Castro por las columnas comandadas por Ernesto Guevara y Camilo Cienfuegos, literalmente partieron en dos el territorio nacional con la toma de Santa Clara y otras ciudades.
El descarrilamiento en ese lugar de un tren blindado que llevaba refuerzos al ejército batistiano significó la caída en manos de los guerrilleros de numerosas armas y prisioneros y el fracaso final por detener la ofensiva.
Esos hechos fueron precedidos por la reunión con Fidel Castro del general Eulogio Cantillo, una de las figuras principales del Ejército, quien sólo pudo escuchar y supuestamente aceptar las condiciones planteadas por los triunfantes barbudos.
Rendición incondicional de la guarnición castrense de Santiago de Cuba, impedir la huida de Batista y negativa a aceptar un golpe de Estado fueron los planteamientos que la ambición personal de Cantillo desconoció después.
Ante la catástrofe, la embajada norteamericana apoyó la salida de Batista hacia República Dominicana, y trató de instaurar un gobierno defensor de sus intereses para impedir la toma del poder por los rebeldes victoriosos.
A ese tipo de maniobra, que había dado resultado a Washington en otros países para mantener su dominio, se prestaron el propio Cantillo y un oscuro magistrado del Tribunal Supremo de Justicia, Carlos Manuel Piedra, designado presidente del país.
La respuesta de Fidel Castro fue el golpe de gracia a tal estrategia: orden a las columnas guerrilleras de avanzar hacia La Habana, plazo de sólo unas horas a la guarnición santiaguera para deponer las armas y llamado a la huelga general.
Revolución sí, golpe de Estado no, proclamó en su propia voz por Radio Rebelde, mientras cuartel tras cuartel de las desmoralizadas fuerzas de la tiranía iban cayendo sin pausa en manos de los guerrilleros.
Esa firme postura destrozó todo el plan elaborado por Estados Unidos y el flamante gobierno de Piedra y Cantillo no pudo dictar ni una resolución y desapareció mientras el pueblo tomaba las calles de esta capital.
Los "tanques pensantes" de la administración norteamericana se equivocaron una vez más con Fidel Castro, al igual que lo habían hecho en ocasión del asalto al Cuartel Moncada y el desembarco de los 82 expedicionarios del yate Granma.
No podían entonces siquiera imaginar cómo esas equivocaciones les impedía avizorar el verdadero carácter del proceso histórico que nacía en la mayor de las Antillas.
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