09 diciembre, 2006

XXX: el sexo que apantalla

 

El sexo explícito vende y provoca. Provoca deseo, excitación, incomodidad o escándalo. La pornografía, que marca muchas de las representaciones que tenemos de la sexualidad, puede ser dañina cuando es el único referente, pero es inocua cuando existe información clara y sin prejuicios sobre el tema en la familia y en la escuela.

Por Fernando Camacho Servín

Es el Mundial México 86. En las pantallas de televisión aparece, en medio de un estribillo pegajoso que se reciclaría veinte años después, la modelo española Mar Castro con una minúscula ombliguera blanca, sin sostén debajo, animando a la selección nacional y quedando grabada en la memoria de millones de personas que aún sonríen con nostalgia y cachondez cuando se menciona a la célebre Chiquitibum.

En un entorno social donde la sexualidad era y sigue siendo tabú, no han sido pocas las personas cuyos primeros referentes eróticos fueron alguna revista Playboy consultada a escondidas con los compañeros de escuela, una película "tres equis" o una de las tantas imágenes soft porn que pueden verse, furtivas, en los comerciales.

Desde que se acuñó el término "pornografía" (del griego pornográphos, "el que describe la prostitución"), etiqueta con la que la sociedad victoriana clasificó las pinturas y esculturas eróticas que yacían bajo las ruinas de Pompeya, el tema ha sido motivo de polémica y censura.

Quienes abogan por ella, encomian su papel como fuente de información sobre erotismo, más aun en una época de mucha curiosidad sexual como la adolescencia. El escritor indo-británico Salman Rushdie, inclusive, llegó a defender su uso como un "símbolo de civilización". (La Jornada, 9 de agosto de 2004).

Por el contrario, sus detractores la señalan como un modo de corromper la moral pública e inducir a los jóvenes a la promiscuidad y el sexo sin protección, o bien de presentar una imagen machista y cosificada de la mujer.

Los sectores conservadores suelen mencionar también que el porno induce a sus espectadores a convertirse en potenciales atacantes sexuales, pero un estudio realizado por el economista estadunidense Todd Kendall arrojó la conclusión de que tal vez el efecto sea el contrario. En el documento titulado "Porno, violación y la Internet", el académico concluyó que en términos generales el número de detenciones por ataques sexuales a cargo de adolescentes —uno de los sectores que más porno ve en Estados Unidos— se redujo notablemente entre aquellos que habían tenido más acceso a este material. (El Mercurio Online, 2 de noviembre de 2006).

Ya quítala que nos van a cachar

La pornografía está presente en la vida sexual de muchos adolescentes mexicanos no sólo por la carencia de información abierta en los hogares y escuelas, sino por el encanto de su "clandestinidad" y amplia oferta. Aunque hay revistas porno de precios muy altos (de 90 a 120 pesos), generalmente importadas, hay otras publicaciones de fotos o dibujos que se compran por entre 10 y 20 pesos, lo mismo que cuesta una película pirata afuera de muchas estaciones del metro.

Internet es otra fuente inagotable de material sexualmente explícito. Se calcula que hay alrededor de 372 millones de páginas tres equis, muchas de ellas gratuitas, y casi nueve millones de usuarios mexicanos de la red entre 12 y 19 años, según datos de la Asociación Mexicana de Internet (www.amipci.org.mx).

En entrevista con Letra S, el sexólogo y terapeuta sexual David Barrios comienza por quitar a la pornografía "del banquillo de los acusados" al considerarla un "recurso formidable, a pesar de haber sido satanizado".

Las repercusiones que tiene este material en los adolescentes, dice, varían de acuerdo a diversos factores, y el más importante de ellos es el nivel de cultura en general y sobre temas de sexualidad en particular. "Cuando un chavo tiene información, el porno 'le hace lo que el viento a Juárez'. No pasa de ser un divertimento".

Barrios, colaborador del programa Diálogos en confianza de Canal 11, no deja de señalar que, en efecto, el porno "mitifica el cuerpo femenino y estereotipa los contactos eróticos dentro de un esquema muy machista, donde la mujer queda subrogada a la simple utilización como objeto". Además de su "tinte misógino", reproduce una idea errónea de los encuentros sexuales: "fundamentados en el coito, con hombres eyaculando a litros, mujeres que sólo se dejan hacer y una escenografía que habitualmente no existe".

Cuando este montaje fantasioso llega a un buen caldo de cultivo —carencia de información y educación sexual clara, mitificación absoluta, valores misóginos—, entonces puede contribuir, si no a la violencia sexual, sí al reforzamiento del machismo. No obstante lo anterior, Barrios apunta que mucha gente de todas las generaciones, rangos de edad y ocupaciones han tenido acceso a imágenes de contenido sexual, y eso no necesariamente los ha hecho delincuentes sexuales o violadores.

Material espléndido de aprendizaje

Entre las ventajas del material sexualmente explícito está su capacidad para mostrar de forma directa y clara cómo es un coito. "Pensamos que la sexualidad es instintiva y nacemos sabiendo, y eso no es cierto". Aunque parezca increíble, hay personas o parejas que desconocen lo más básico sobre el acto sexual, como que hay que tener movimientos pélvicos. En ese sentido es un "material espléndido de aprendizaje y difusión", y es usado como apoyo para tratar ciertas formas de inhibición del deseo, anorgasmia o disfunción eréctil por ansiedad, afirma.

Pensar que ello puede generar adicción es otro mito, según Barrios. Si bien pueden darse comportamientos compulsivos, la sexualidad es inherente al ser humano y no podemos hacernos adictos a algo que nos pertenece. Detrás de estas historias, suele haber grandes dosis de ansiedad que deben trabajarse sin el discurso culpígeno de "curar al adicto".

"La sociedad hipócrita se horroriza ante la pornografía o ante ciertas propuestas cinematográficas o literarias y por otro lado no dice nada en torno a los curas pederastas", apunta David Barrios.

El elemento más perturbador del porno es su naturaleza transgresora, que será encontrada "aunque se le esconda en la torre más alta del reino". El problema no es ella, dice, sino nuestra incapacidad de entender el poder "demoniaco" (en el sentido de la académica feminista Camille Paglia) y el carácter pagano y precristiano del deseo sexual.

"Me parecería espléndido —concluye el doctor Barrios— que los padres se hubieran informado y les dijeran a sus hijos que no es real la pornografía. Le propongo a los lectores, sobre todo a las mujeres, una reflexión: hay que pensar si realmente hay nocividad social per se en el material sexualmente explícito, o si hay algo aprovechable de lo cual aprender".


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