19 agosto, 2007

Finlandia: mitos, realidades y lecciones

Revista Qué Pasa
NEWSLETTER | Edición sábado 18 de agosto de 2007

La leyenda dice que la clave del milagro finlandés estuvo en las reformas de mediados de los '90, que liberalizaron la economía vía privatizaciones y apertura comercial, y cuyo icono es Nokia. Pero lo cierto es que, a lo largo de siglos, Finlandia ha creado una sociedad igualitaria, consensualista, abierta al mundo, flexible, cuidadosa de la naturaleza y con un fuerte sentido estético. Esa es la base de su capacidad de innovación y de su adaptabilidad. Lo que enseña Finlandia es que no hay atajos hacia el desarrollo.

Por  Eugenio Tironi

Finlandia está entre aquellos países de tamaño y población pequeños, ubicados geográficamente en una posición periférica, y que en pocos años han logrado encaramarse a los primeros lugares mundiales en materia de competitividad, crecimiento, transparencia, innovación, difusión tecnológica y protección social. Son los llamados "like-minded-countries" -donde también se ubican Nueva Zelanda, Australia e Irlanda, entre otros-, que se han transformado últimamente en modelo para naciones de todo el planeta, incluyendo por cierto a Chile.

¿Qué explica el éxito de Finlandia? La leyenda señala que la clave estuvo en las reformas económicas efectuadas a mediados de los años 90. Éstas se produjeron después de la severa crisis provocada por el derrumbe de la URSS, que era a la sazón el principal destino de las exportaciones finlandesas, y con quien mantenía una estrecha -aunque nunca cordial- relación que se remonta a la época en que Finlandia era un ducado que formaba parte de la Rusia zarista. Tales reformas condujeron a una liberalización de la economía, vía privatizaciones y apertura comercial. A esto se agregó un fuerte impulso a la innovación tecnológica mediante una política holística y sistemática desarrollada desde el Estado, que promovió una estrecha coordinación entre la educación y la ciencia, de una parte, y la industria de la otra. El icono de estas reformas fue la transformación de Nokia. Ésta era una empresa que tenía más de un siglo de existencia, y que estaba diversificada en la producción forestal, los neumáticos, los cables, los televisores y una pequeña unidad de telefonía. Pues bien, en los 90 abandonó todo aquello para concentrarse en la fabricación de teléfonos móviles, donde es hoy la empresa número uno del mundo.

Orquestas, electricidad y oportunidades

¿Es ésta la verdadera historia? Ésta fue la pregunta que le hicimos hace unos meses a un grupo de destacados académicos finlandeses en Helsinki, en el marco de un proyecto del Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile y del BID orientado a extraer lecciones de estos "like-minded countries" para Chile y América Latina. La respuesta fue categórica y sorprendente: no. "¿Saben ustedes -nos dijeron- que Finlandia, un país con 5 millones de habitantes, cuenta con 21 orquestas sinfónicas? Pues bien, aquí se nutre la capacidad de innovación, el sentido estético, la prolijidad, la pasión por el trabajo bien hecho, que hoy se encarna en Nokia, su tecnología y su diseño. Por ende, no hay que confundirse: el origen del milagro finlandés no está en Nokia; está en una sociedad donde florece y se mantiene una orquesta sinfónica cada 238 mil habitantes".

La respuesta del colega finlandés nos dejó pensativos, y con ganas de saber más acerca de la historia de este país, y cómo ésta está indivisiblemente ligada a sus resultados en el día de hoy. Nos enteramos, por ejemplo, que en 1880 Finlandia poseía un nivel de electrificación equivalente al de EE.UU.; que en 1900, la ciudad de Helsinki tenía la mayor penetración de teléfonos del mundo; y que ya en 1930 había 800 compañías telefónicas privadas operando en su territorio. Pero esto no es todo. Finlandia estableció el sufragio universal en 1906, siendo el segundo país del mundo en hacerlo. En el campo de la educación, hacia 1917 ésta ya era asequible para prácticamente toda la población. A partir de 1900 y hasta 1950 su educación alcanzó los niveles europeos; pero después de una profunda reforma en 1966, que suscitó el mayor debate político que haya tenido lugar desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, ella ha llegado a empinarse en los rankings como la mejor del mundo. El sistema educacional finlandés es casi enteramente público, con una combinación de centralización gubernamental en materia de contenidos y financiamiento, con alta autonomía en la gestión a nivel local.

"Sin Nokia, o sin el paquete de reformas que nos vimos obligados a implementar en los 90 ante el colapso de la URSS -afirmaba otro de los académicos finlandeses- igual habríamos llegado donde estamos. Era una cuestión de tiempo. Tratándose de un país pequeño, es fundamental estar maduros y abiertos para aprovechar a fondo las oportunidades que llegan del exterior. Es lo que nos ocurrió a nosotros con la ampliación de la Unión Europea (que representó para Finlandia una drástica caída de los precios de los alimentos y una extensión de sus mercados) y, en un plano más particular, el desarrollo de la telefonía móvil en el mundo".

Diálogo, transacción y consensos

Otro mito que derrumbó el contacto con los académicos finlandeses es aquel de que la competitividad está ligada mecánicamente a un mercado de trabajo desregulado, donde prevalece la negociación individual por sobre la colectiva de modo de alinear los resultados de ésta con los diferentes niveles de productividad. Pues bien, en Finlandia el 90% de los contratos laborales son resultantes de acuerdos colectivos, y las organizaciones laborales participan, junto con las empresariales, en todas las instancias donde se define y planifica la estrategia de desarrollo. Hay que agregar que el 75% de la fuerza de trabajo está sindicalizada, y esto incluye a los sectores público y privado, a los empleados y a los trabajadores manuales. No obstante, se observa una tasa menor de sindicalización entre los jóvenes y las mujeres, lo que ha prendido una luz de alarma en el sindicalismo finlandés.

La participación y negociación con los sindicatos no es una excepción. Ellas forman parte de una cultura general de diálogo y transacción, basada en una confianza básica entre los actores (sindicatos, empresarios, científicos, profesores, ONGs, etc.), y en el respeto sagrado a los compromisos que se alcanzan. Las grandes líneas y decisiones en el campo económico, educacional, científico-tecnológico, de innovación, etc., contemplan la participación institucionalizada de los actores sociales, y sus acuerdos tienden a ser ratificados por el sistema político. En la literatura este sistema ha sido calificado como neocorporativismo; pero los finlandeses rechazan esta etiqueta y prefieren hablar de "diálogo social", el cual les facilita contar con políticas sistémicas y horizontales de larga duración, lo que da un horizonte de predictibilidad.

Esta cultura que privilegia la adopción de acuerdos y compromisos entre las partes, antes que el testimonio, la polarización y el conflicto, tiene también un origen histórico particular; entre otros, el hecho que Finlandia fue por siglos dominado por Suecia, y luego por Rusia y la URSS, y la manera como ha defendido su identidad y autonomía ha sido mediante el cultivo riguroso del diálogo y los consensos internos. A su vez, el hecho de verse envuelto en diversos conflictos internacionales ha obligado a Finlandia, en diversos momentos de su historia, a desembolsar enormes pagos de guerra, lo cual ha incentivado por siglos una cultura económica fuertemente orientada a la rentabilidad y la exportación.

No todo es perfecto, por cierto. Muchos atributos de la sociedad finlandesa se pueden transformar en una carga en el futuro. Su cultura consensualista, por ejemplo, conduce a una cierta homogeneidad que conspira contra el surgimiento de nuevas ideas. La ausencia de incentivos individuales lleva a que el entrepreneurship sea relativamente bajo. Como en toda Europa, la población está envejeciendo; pero el hecho de mantener políticas cerradas en materia de inmigración podría conducir a una severa escasez de mano de obra. El sector de servicios muestra grados de subdesarrollo respecto a la fabricación de bienes, y la innovación tecnológica en este campo es muy escasa, lo que conduce a un déficit injustificado en el bienestar de la población. En fin, las empresas finlandesas se globalizan, y esto trae consigo la deslocalización de sus actividades productivas que podría redundar en una reducción de la oferta de empleos.

No hay atajos

Quien vaya a Finlandia con la idea de descubrir cuáles son los short cuts o atajos para alcanzar de un salto la condición de país desarrollado, va a regresar con un dejo de frustración. La lección que deja es que tales atajos no existen. Finlandia, a lo largo de siglos, ha creado una sociedad igualitaria, consensualista, descentralizada, abierta al mundo, flexible, sensible, con un fuerte sentido estético, cuidadosa de la naturaleza y de su identidad e independencia. Esto es lo que está en la base de su capacidad de innovación y de su adaptabilidad, de su sentido de la funcionalidad y del diseño, de su mirada holística y de un desarrollo sustentable. El desarrollo es un proceso histórico que reposa en largos procesos culturales que no se pueden acelerar fácilmente.

En efecto, lo que enseña Finlandia es que no hay innovación si no hay confianza y predictibilidad; no hay una visión holística y de largo plazo si no hay consensos sociales básicos surgidos de la participación de los actores sociales; no hay flexibilidad ni adaptabilidad si no hay una noción extendida de equidad social y meritocracia; no hay prolijidad si no hay antes una cultura de trabajo bien hecho y en equipo; no hay sentido de la funcionalidad y de la productividad si no hay una cierta épica del desarrollo (que en Finlandia estuvo ligada a las exigencias externas y al deseo de proteger su independencia); no hay creatividad ni diseño sin un desarrollo temprano del sentido estético y de la sensibilidad artística;  no hay ciencia ni tecnología si no hay un sistema educacional fuerte, desde la sala cuna a los posgrados; para un país pequeño no hay posibilidades de dar un salto en el desarrollo si no sabe aprovechar las oportunidades que ofrecen los eventos políticos y económicos internacionales; en fin, que no hay desarrollo si no hay electricidad, orquestas sinfónicas y grandes consensos nacionales.

En suma, la lección que deja Finlandia es que no hay caminos cortos ni fórmulas mágicas en el camino hacia el desarrollo. Esto tendemos a olvidarlo aquí en Chile, donde fácilmente nos dejamos llevar por la impaciencia. Esto nos conduce a perder la perseverancia y la disciplina que se requieren para construir los fundamentos del desarrollo: una infraestructura de primer nivel; la expansión de la cultura y la educación; la creación de amplios consensos internos; instituciones que fomenten el diálogo y las miradas de largo plazo; empresas flexibles y globalizadas; un sentido de confianza y equidad; capacidad de aprovechar con inteligencia (pero sin ansiedad) las oportunidades que nos ofrece el entorno internacional. Si Chile muestra resultados exitosos en los últimos años es porque hemos estado abocados a todo esto con bastante disciplina. Y en esto debiéramos seguir, sin prestar oídos a quienes ofrecen el desarrollo a la vuelta de la esquina. Lo que enseña Finlandia es que en el camino al desarrollo no hay atajos.

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