01 octubre, 2007

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  La Habana, lunes 1 de octubre de 2007. Año 11 / Número 271

Periódico Granma
Adiós a un Almirante de la actuación

ANTONIO PANEQUE BRIZUELA
paneque.b@granma.cip.cu

Como suele ocurrir con ciertos seres humanos, además de reconocerlo por su preeminencia en la cultura cubana y en particular en la radio, el cine, el teatro y la televisión, Enrique Almirante, quien falleció ayer en la capital a causa de un cáncer, será recordado siempre como un gran amigo, en el más exacto sentido de la palabra.

Ricardo Enrique Almirante Segredo, actor cuya voz grave, profunda, convincente, le concedía especial verosimilitud a sus papeles, fueron estos incontables desde el Samarkán de 1955-56, su primer protagónico y primera aventura diaria de la televisión.

Aunque rehusaba hablar de "preferencias", en una supuesta lista Almirante incluiría a Robin Hood, Sandokan, Kazán el cazador, de la radio, los Cuentos del Decamerón —con un Teatro Estudio que conquistó amplias audiencias—; el Felo de El viejo espigón y el Freddy de En silencio ha tenido que ser. En los momentos actuales se le puede ver en la novela cubana ¡Oh!, La Habana.

Nacido en La Habana el 7 de febrero de 1930, estudió en el Instituto del Vedado junto a su inseparable Erdwin Fernández y allí, a diferencia de él, no continuó las clases de actuación impartidas por Mario Martínez Casado. "Nunca estudié actuación. Empecé por embullo en un grupo en el barrio con un amigo que sí era actor".

Respecto al cine, su primer filme sería el realizado por el ICAIC, Historia de la Revolución, y continuaría con El bautizo, Mella y Lidia y Clodomira, estas dos últimas de Enrique Pineda Barnet. Últimamente hizo varias películas junto a directores extranjeros, una de ellas El misterio Galíndez, de Gerardo Herrero, (España).

Como le tocó afrontar el equilibrio entre papeles positivos y negativos, Almirante opinaba: "Al malo tienes más amplitud para sacarle aristas, pero he tenido suerte con ambos. Lo que pasa es que cuando hago un personaje, si es bueno, pienso que soy bueno y, si es malo, también pienso que yo soy bueno".

Merecedor de altas distinciones cubanas como la Réplica del Machete Mambí del Generalísimo Máximo Gómez y amigo tanto de colegas y camaradas como de su público, muchas veces lo vimos saludar a personas desconocidas con su amplia y noble sonrisa y mismo fervor y entusiasmos nada fingidos que si las hubiera conocido de toda la vida. Siempre habló con énfasis de su profunda relación, ya más concreta, junto a colegas y camaradas como Enrique Molina, Rogelio Blain y Erdwin Fernández, sobre quien nos contó una anécdota que también habla de sus humildes inicios.

"Una vez estábamos él y yo en el banco verde —así le llamábamos a uno que estaba en el primer piso de la CMQ, donde esperábamos para hacer aunque fuera de extras—, y salió el coordinador a buscar a alguien para un personaje que le faltaba. Entonces acordamos: cualquiera de los dos que escojan, vamos a la mitad. Y así lo hicimos. Lo que no recuerdo es a cuál de los dos escogieron...".

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