06 octubre, 2007

Che: Un muerto que no para de nacer



Raúl Zibechi

Lejos de la opción ideológica o del "consumismo burgués", a 40 años de su muerte, para una porción significativa de jóvenes el Che parece representar la resistencia al conformismo.

Tiene sólo 20 años y ninguna camiseta con la imagen del Che en su ropero.  Pero cuando tuvo que concurrir al programa de tevé Locos por Saber representando a su liceo, se decidió por el desafío.  Pidió prestada una remera con la emblemática imagen a un amigo y se presentó con su mejor sonrisa ante las cámaras.  "Fue por rebeldía", razona Yamandú.  "El programa lo auspicia la secta Moon…".  No hace falta dar más detalles.  En las culturas juveniles las palabras sobran y las imágenes no necesitan explicaciones.  La contundencia del gesto de Yamandú lo dice todo. 

Entre los jóvenes la imagen del Che aparece asociada a una concepción mestiza de rebeldía, alejada de cualquier filiación política u opción partidaria.  Quizá sea Maradona, con su Che tatuado en el hombro que enseña con desafiante orgullo, el mejor ejemplo de esa rebeldía espontánea lindante con el desafío.  Para quienes suelen leer la vida en clave ideológica, ese mestizaje resulta incomprensible; condenable por ecléctico, poco sólido, incoherente.  Sobre todo cuando la efigie del guerrillero parece intercambiable con la de personajes como Bob Marley, otro icono habitual de laos decorados juveniles, con quien comparte un aura de provocación y rechazo al doble discurso. 

Maxi, 22 años, estudiante de sociología, tiene por el contrario una visión diferente del personaje que en forma de pegotín luce en su matera.  "Es el símbolo de la revolución, de la entrega, del sacrificio por una causa", explica en un lenguaje que no ahorra conceptos.  Este caso representa una inequívoca construcción que hace de la coherencia su razón de ser.  Aún así, Maxi combina la ideología con los afectos, una combinación que se ha mostrado imbatible en el imaginario juvenil.

Entre ambos extremos, por decirlo así, viven muchos Che: desde la chica que enfatiza en la "estampa", hasta el "porque sí" incrédulo que no entiende porqué haría falta una lógica que explique un gusto, una opción estética o una afinidad política.  Ahí radica, quizá, la fuerza de la imagen que Ernesto Guevara trasmite a generaciones que no vivieron el clima de confrontación de los sesenta y los setenta, pero tampoco conocen detalles de la vida del guerrillero, más allá del constante "murió peleando" o "dio la vida por sus ideas" que repiten unos y otras.  Puede sospecharse, aunque es difícil encontrar quien lo formule de ese modo, que el Che es sentido como un héroe, más cultural que político, en el sentido partidario del término.  De ahí que en tantos lugares aparezca junto a otros "héroes" vinculados a la música y al deporte, en general varones que vivieron a contramano de lo establecido. 

En todo caso, preguntar a los jóvenes por razones a la hora de saber los motivos de una elección –como hizo este cronista- es casi herejía que se paga con indiferencia.  El historiador peruano Alberto Flores Galindo observa en su país cómo la imagen del Che acompaña a las estampas del Señor de los Milagros o a la Virgen del Carmen.  Concluye que se trata de "la reelaboración de un personaje histórico desde la cultura popular", lo que explica que se lo emparente con vírgenes y santos, y no de una herencia de los sesenta como en ocasiones se pretende.  Quizá esa reelaboración popular explique porqué en el Río de la Plata, el Che aparece en las tribunas donde las barras bravas agitan banderas manyas o tricolores.  Qué otra cosa podría ser el Che en estos pagos sino un icono asociado al fútbol. 

Si fuera cierto que estamos ante una reelaboración popular-juvenil de un mito, asentado en un personaje histórico que en sólo cuatro décadas sobrevuela invicto desde la crisis del socialismo real hasta la dificultad de las izquierdas a la hora de cambiar el mundo, sólo sería comprensible desde el interior de esa cultura, desde sus códigos, modos y formas de vivir el presente.  Es en este sentido que la expansión de la iconografía del Che no puede sorprender a nadie.  ¿Podrían acaso los jóvenes mitificar algún futbolista cuando asistimos al estrepitoso fracaso del principal deporte nacional? Dicho de otro modo, ¿hay algo de heroico en nuestra sociedad, en sus gobernantes, en sus intelectuales, en sus artistas, que merezca convertirse en icono, en representación de los sueños de los adolescentes? Mientras esto siga siendo así, y quizá aún aunque cambie, la imagen del Che seguirá sonriendo en el imaginario juvenil. 

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